El gran secuestro de Mr. Heineken

Crítica de Fernando López - La Nación

Señalado por muchos como el más famoso secuestro del siglo XX, el caso que tuvo como víctima al magnate cervecero Fred Heineken en 1983 se reconstruye sin demasiado brillo ni imaginación, pero con bastante fidelidad a los hechos reales en esta producción rodada en Amsterdam por el sueco Daniel Alfredson, conocido por las adaptaciones de los capítulos 2 y 3 de la trilogía Millenium.

No agregará demasiado a su currículum esta película que se dedica a retratar, paso a paso, el golpe para secuestrar a uno de los empresarios más poderosos de Europa y obtener un rescate millonario en dólares, encarado no por una banda con gran experiencia profesional, sino por un grupo de amigos en pésima situación financiera y cuyo rasgo más sorprendente es el atrevimiento con que se proponen una misión que está visiblemente por encima de sus fuerzas.

La película sigue a los secuestradores desde el principio, es decir cuando vuelven a fracasar en su intento de conseguir un préstamo bancario y, en consecuencia, planean el gran golpe que resolverá de una vez por todas sus urgencias monetarias. Que el final ya sea conocido no es impedimento para el suspenso; sí lo es el andar irregular que Alfredson impone al relato -de pronto cansino, de pronto vertiginoso, además del relativo aprovechamiento que hace tanto de la relación entre los amigos-compinches como de la que se entabla con el empresario cautivo tras la concreción del demorado secuestro. Anthony Hopkins asume el papel de Heineken con su habitual autoridad, pero quizás aparece excesivamente sereno.

La lineal historia no aburre, lo cual, habida cuenta de la superficialidad de la pintura de los personajes y de la tensión discontinua, no carece de mérito. Además, los exteriores de Amsterdam y sus alrededores añaden algún atractivo visual. Pero ya da una pista de los relativos aciertos de la película que el meollo de una historia como ésta, donde la acción y el suspenso son elementos necesarios, parezca querer concentrarse en una sentencia que Hopkins repite un par de veces: "En el mundo sólo existen dos modos de ser rico: teniendo mucho dinero o teniendo muchos amigos. Pero nunca los dos".