El gran secuestro de Mr. Heineken

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Thriller con poca espuma

El debut angloparlante del sueco Daniel Alfredson es un ejercicio deliberadamente old-fashioned que se queda a mitad de camino de todas sus líneas de interés.

Tal como ocurrió hace cuatro años con su hermano Tomas (Criatura de la noche, El topo), el realizador sueco Daniel Alfredson, conocido por sus trabajos en las dos últimas partes de la adaptación de la saga Millennium, pega el salto al cine angloparlante con un ejercicio deliberadamente old-fashioned. Esto dicho no sólo porque tanto El topo como El gran secuestro de Mr. Heineken se ambientan en un pasado reciente, sino porque ambos optan por filmar a la vieja usanza tomando como base dos modelos de películas inhabituales en la cartelera comercial local.

El director de Criatura de la noche encaró su versión de la clásica novela de John Le Carré como un film de espías clásico de los años '70, apropiándose de la forma pero también del espíritu paranoide de aquellos años. Daniel intenta aquí una operación similar construyendo un thriller ochentoso que toma como base la historia real de un grupo de amigos que, hastiados de las negativas de un banco a concederles un crédito, perpetró el secuestro del heredero del emporio cervecero en 1983.

El film podría dividirse en tres capítulos. Ya en el primero, centrado en los preparativos y las motivaciones personales detrás del golpe, se vislumbra cierta aceleración en la sucesión de hechos que marca una tendencia al atropello narrativo presente a lo largo de todo el relato. Así, entonces, el grupo pasa del amateurismo a la híper planificación en apenas un par de minutos.

La media hora central muestra la concreción del golpe y atisba algunas características de un secuestrado que, lejos de apichonarse ante el grupo, le dispensa un trato oscilante entre la suficiencia y la ironía, subestimando su accionar. Que él tenga la cara de Anthony Hopkins no hace más remitir a un Hannibal Lecter diluido y, claro, con gustos gastronómicos un poco más convencionales. Pero Alfredson apenas insinúa la idea de la manipulación psicológica, prefiriendo pasar rápidamente al tercer y último acto, donde se muestran las fisuras grupales, la resolución del caso (cuya clave recién se devela con una leyenda antes de los créditos) y el desenlace de cada uno de los protagonistas.

A diferencia de la galantería narrativa de El topo ilustrada en el progresivo despliegue informativo, da la sensación de que El gran secuestro de Mr. Heineken quiere contar demasiado en poco tiempo, sobrevolando varias potenciales líneas argumentales (la dinámica del grupo, la trama policial, la potente personalidad de la víctima) sin ir a fondo en ninguna, quedándose a mitad de mitad de camino de todo.