El gran hotel Budapest

Crítica de Nicolás Viademonte - Función Agotada

El fantástico M. Gustave

Luego de esa hermosura llamada Un Reino Bajo la Luna (Moonrise Kingdom) ha vuelto a la gran pantalla Wes Anderson con El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel). No voy a descubrir la pólvora afirmando que el Anderson de Texas es uno de los autores más atrayentes de la actualidad. Su cine de repetición estética y formal ha sorteado con reinvención y sentimiento los vendavales que trae aparejada la propia duplicación de su firma autoral.

En El Gran Hotel Budapest encontraremos a un Anderson más desenfrenado que nunca. La historia está narrada desde tres épocas distintas. Primero comienza con una breve introducción en la actualidad, después visita 1985 para encontrarnos al autor del libro contando a cámara cómo se enteró a fines de los ’60 de unos extraños acontecimientos ocurridos con un conserje y su discípulo en un prestigioso hotel para por último saltar de allí e ir de excursión por los sucesos que vendrían a conformar el núcleo del film que ocurren en 1930. Esa última historia es la de M. Gustave (un fantástico Ralph Fiennes) y Zero (Tony Revolori), conserje y botones respectivamente del Grand Budapest Hotel. Cuando la amante de Gustave, Madame D. (Tilda Swinton), fallece comienza una disputa entre los miembros de una familia (integrada principalmente por Adrien Brody y un despiadado Willem Dafoe) y el nombrado encargado por una importante fortuna.

Ralph Fiennes, F. Murray Abraham, Mathieu Amalric, Adrien Brody, Willem Dafoe, Jeff Goldblum, Harvey Keitel, Jude Law, Bill Murray, Edward Norton, Saoirse Ronan, Jason Schwartzman, Léa Seydoux, Tilda Swinton, Tom Wilkinson, Owen Wilson y Tony Revolori. Todos ellos pasan por delante de la pantalla pero ninguno cae en la mera participación de un efectista cameo. Todos sus personajes tienen distintos grados de desarrollo y cuentan con un peso específico en la película. También habrá en El Gran Hotel Budapest una fuga de prisión, un país inventado, varios romances, cuatro capítulos, grandes saltos temporales, muchos asesinatos, misterio, aventuras, enredos, humor y algo de sangre. Pero principalmente está un Anderson desatado y quizás menos “accesible” que otras veces para sus detractores o no tan amantes de su cine. Un Anderson, que hace, deshace y ejecuta a piacere sus deseos detrás de las cámaras para llevarlos adelante en frente de nuestros ojos.

Un Reino Bajo la Luna tenía esa pareja de pequeños freaks que la hacía terriblemente querible.

Es como si ese robot que pulula en el set de filmación hubiese conseguido imprimir sentimiento a una película cargada de personajes aparentemente inexpresivos por medio de Sam y Suzy. Y acá Wes tiene como transporte a su mundo al entrañable M. Gustave. Resulta imposible no sentir empatía con ese conserje que tiene modales de conde y que acuña al desamparado Zero para recorrer junto a él una aventura que cambiará su vida para siempre. Es que el personaje de Fiennes conjuga a la perfección esa rara e interesante mezcla de racionalidad y sentimiento que posee el cine de Anderson.

Wes Anderson abrió las puertas de par en par del ficticio Grand Budapest Hotel para llevarnos a pasear por uno de los cuentos más encantadores, lóbregos y desbocados que ha presentado su filmografía. Un encendido Ralph Fiennes y un sinfín de estrellas que nos esperarán adentro nos acompañarán a explorar ese lujoso hotel cargado de misterios, historias, robos, asesinatos, romances y amistad. Quien quiera pasar se encuentra invitado en su sala de cine más cercana, Wes invita.