El gran Gatsby

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Qué fantástica esta fiesta...

Que quede claro desde el principio: no creo que El gran Gatsby sea una "gran" película, pero sí me parece una propuesta valiosa y osada, y -sobre todo- una "gran" oportunidad para el análisis por tratarse de un fim casi irresponsable (y, por lo tanto, una saludable anomalía en el Hollywood de hoy).

Todo el mundo hablará de esta versión del Baz Luhrmann apelando a rimbombantes adjetivos calificativos como "extravagante", "excéntrica", "ampulosa" o "grandilocuente" y está muy bien que así sea (adhiero a esa caracterización), pero creo que el director australiano sigue siendo muy fiel a sí mismo; es decir, hace lo que se le antoja. Así, ha sido catalogado de acuerdo a la ocasión como visionario, como paradigma de la modernidad cinéfila o como simple farsante.

Así como se atrevió a "traicionar" a William Shakespeare en Romeo + Julieta o a la Belle époque parisina en Moulin Rouge!, aquí construye su propia Nueva York de 1922 en plena Era del Jazz, con toda su euforia, su contrabando de alcohol, su lujuria y, claro, sus fuertes contradicciones.

Los defensores de la pureza literaria, los custodios de las transposiciones canónicas pondrán el grito en el cielo (ya lo hicieron) para protestar por las libertades que se tomó el creador de Australia. Yo creo que en cada una de sus decisiones artísticas hay, sí, mucho de arbitrariedad y de capricho (también de desprejuicio), pero no creo que sea irrespetuoso con el venerado libro de F. Scott Fitzgerald (esa "intocable" Gran Novela Americana). Al contrario: por más que la musicalice con estridente y anacrónica banda sonora pletórica de beats electrónicos y hip hop, hay aquí mucho de veneración (se calcan unos cuantos diálogos y sobre el final hasta se sobreimprimen en pantalla fragmentos del libro).

Qué importa compararla con las versiones de 1926 (ya perdida), de 1949, de 1974 o con el telefilm de 2000, de qué sirve poner uno al lado del otro a los Jay Gatsby de Alan Ladd y Robert Redford con el de DiCaprio. El film de Luhrmann tiene -para bien y para mal- su propia lógica, su propia estética, su propio estilo. Estamos ante un largometraje empalagoso, por momentos vulgar si se quiere, bigger than... everything. El apogeo del artificio (amplificado incluso por el uso del 3D) con bacanales, excesos y tragedias siempre elevados a la máxima exageración posible.

La de El gran Gatsby es la historia de "un nuevo rico" consumido por un amor imposible (el que siente por la Daisy de Carey Mulligan) y contada desde la fascinación y el desconcierto por un testigo que proviene de otro universo (el Nick Carraway de Tobey Maguire). Y la para muchos sacrílega película de Luhrmann tiene mucho de ese "nuevo rico" y de esa mirada "foránea" (un australiano reinterpretando a su antojo la Nueva York de los '20).

La película abruma un poco con sus fiestas interminables durante su primera mitad y no alcanza del todo el espesor dramático que necesita en la segunda parte, trágica y fantasmal. Es, sí, una propuesta algo hueca y superficial, pero también un objeto pop hecho con maestría y, por lo tanto, fascinante en varios aspectos. Por sus logros estéticos, pero también por su desenfado y delirio, este film al que quizás muchos encuentrarán demasiado "decorativo" resulta una bienvenida rareza.