El fútbol o yo

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

EL MISMO PLANTEO DE SIEMPRE

A esta altura, se le debe reconocer al cine de Adrián Suar su coherencia: películas como Igualita a mí, Dos más dos y Me casé con un boludo -por nombrar sólo las últimas que hizo- son particularmente paupérrimas y El fútbol o yo continúa por la misma senda, con una devoción por el mal cine (igual habría que preguntarse si califica como cine) digna de mejores causas. Pero esa coherencia es fruto de la pura repetición, porque al fin y al cabo el cine de Suar gira alrededor de un tema único e ineludible: él, Suar. Perdón, ADRIÁN SUAR (con mayúsculas suena más importante).

Es entendible que su éxito haya llevado a Suar a pensar que es un genio de la vida, pero estaría bueno que no se note tanto, porque ya es demasiado evidente que las historias de sus distintas películas son meras excusas para su showcito personal. Acá encarna a Pedro, un tipo cuyo fanatismo por el fútbol lo lleva a perder su trabajo, el contacto con su familia y finalmente su esposa Verónica (Julieta Díaz en piloto automático), en un relato planteado como una comedia de rematrimonio, aunque todo el ensamblaje narrativo es tan flojo y esquemático que el concepto se agota en los primeros minutos.

De hecho, la primera media hora de El fútbol o yo está entre lo peor de la filmografía de Suar, lo cual es mucho decir. Y esto, llamativamente, no es tanto culpa de la estrella -que demuestra cierto compromiso con el papel al exhibir un rostro casi tan redondo como el de Maradona- como del director y guionista Marcos Carnevale, que no sólo no escribe una sola línea de diálogo decente, sino que se muestra incapaz de otorgarle algo de dinamismo a la puesta en escena. Otros realizadores que dirigieron a Suar, como Diego Kaplan o Juan Taratuto, han mostrado cierto conocimiento de las herramientas cinematográficas, pero el terreno de Carnevale es la televisión, y así obra: todo recuerda a una tira de Pol-Ka, en el peor de los sentidos posibles.

Cuando el conflicto queda por fin planteado, después de haber recurrido a todos los chistes futboleros más obvios, El fútbol o yo empieza a avanzar, buscando delinear el camino de aprendizaje y redención de Pedro. Que la película avance es lo único meritorio que tiene, porque en verdad lo que hace es acumular situaciones y personajes, sin profundizar realmente en lo que tiene para contar, o deteniéndose cabalmente en las subtramas que parece abrir. Vale preguntarse, por ejemplo, para qué están los amigos que interpretan Federico D´Elía y Peto Menahem, además de para informar que Pedro tiene amigos; o cuál es el rol real que tienen las hijas, en un film que gusta de bajar línea con el discurso familiar, pero que sólo parece interesado en lo que Pedro puede hacer para recuperar a Verónica. El único personaje secundario con algo de vida es el interpretado por Alfredo Casero, básicamente porque le pone ganas al papel y monta un número propio, que en su anarquía aporta algo diferente en una película anodina.

A El fútbol o yo no le importa ese deporte sobre el que supuestamente sustenta su relato. Tampoco le importa la comedia o el romance. Y es lógico, si analizamos mínimamente al protagonista que va delineando: un ser egoísta, autista, monotemático, que justifica sus miserias propias a partir de las ajenas -hay un diálogo entre Pedro y Verónica que es la cima de la manipulación-, hipócrita y hasta homofóbico, que sin embargo es justificado y hasta festejado por una narración sólo preocupada por el chiste fácil y el final tranquilizador. No hay conflictos reales en El fútbol o yo, sólo situaciones banales y personajes huecos, sin vida, sin pasión romántica o futbolera.

Suar sigue filmándose a sí mismo, la crítica -en su gran mayoría- lo aplaude servicial y el público le defiende todo, otorgándole una impunidad artística pocas veces vista. El fútbol o yo es una nueva muestra de ombliguismo e individualismo, que no deja de ser, dolorosamente, un ejemplo concreto de lo que viene entregando en los últimos años el mal llamado cine industrial argentino.