El fulgor

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Tiene razón el programador David Obarrio cuando, parafraseando al director de El fulgor, afirma en el catálogo del BAFICI 2022 que podría ser “la versión onírica de Gualeguaychú: El país del carnaval”, la película que codirigió el prolífico Martín Farina junto a Marco Berger y que se presentó en el festival porteño de 2021.

Lo que allí eran los preparativos y la ansiedad de un grupo de jóvenes en vísperas del evento más importante de la ciudad, aquí es una aproximación poética, más periférica y elusiva, a los brillos, los trajes y las carrozas. Farina lo hace a través del seguimiento de la rutina de un grupo de gauchos para los que el carnaval trae aparejados otros rituales vinculados con los oficios rurales en general y con la carne en particular, para luego sí dar rienda suelta a los festejos.

El fulgor avanza con el paso cansino de los ríos mesopotámicos, deteniéndose en detalles que definen las particularidades de un modo de vida. Los cuerpos –toda la carne, en realidad– funcionan como objetos que la cámara estudia mediante primeros planos tan detallados como sugerentes, persiguiendo esa verdad que solo puede aprehender la lente.

Hombre-orquesta a cargo de prácticamente todos los rubros técnicos, Farina (Mujer nómade, Taekwondo, Fulboy, Los niños de Dios) ensaya una nueva variante de una obra que ha ido corriéndose de los carriles tradicionales para abrazar la experimentación, los relatos abiertos, la observación como acto ético y estético que requiere de un espectador activo y dispuesto a completar por su cuenta lo que ve. Una película hecha con la misma materia prima de los sueños.