El faro de las orcas

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

UN LUGAR EN EL MUNDO

Una película como El faro de las orcas, coproducción hispano-argentina dirigida por Gerardo Olivares, gana en verdad cuando concluimos que la suma de sus partes un tanto dudosas, terminan construyendo un relato aceptable y que está por encima de sus posibilidades. A saber: un niño autista, un hombre hosco y solitario, una mujer igual de solitaria y algo dolida, una cierta tendencia al paisajismo, y una estereotipada mirada sobre la naturaleza como bálsamo que reconforta los conflictos interiores. Con todo esto podíamos esperar una película manipuladora, cuyo motor se movilice gracias al transitar de emociones simples, lugares comunes y buenas intenciones. Y si algo de eso hay, también es cierto que tanto el realizador como sus intérpretes (Joaquín Furriel, Maribel Verdú, Quinchu Rapalini) logran aminorar los efectos ampulosos de la historia y exhibir una verdad bastante pudorosa.

En El faro de las orcas una mujer española llega a la Patagonia argentina para contactarse con un guardafauna que se vincula con las orcas de manera directa, contrariando a las autoridades que se molestan con esta actividad. La mujer jura que, al verlo en televisión, su hijo autista manifestó emociones que no había demostrado anteriormente. El objetivo es entonces realizar, en el contacto con las orcas, alguna terapia que permita a su hijo mejorar su situación. La película continúa algunos carriles previsibles: en el comienzo, el guardafauna se muestra como alguien duro, inaccesible, que progresivamente va dejando caer su cáscara para mostrarse humano. Igual que la mujer, que de a poco va ganando confianza y abriéndose a una posible relación sentimental. Se trata de personajes lastimados, con dolores del pasado que se van revelando de a poco. Esa falta de apuro para instalar conflictos marca un poco la sabiduría del director.

Tanto Furriel como Verdú componen sus personajes con inteligencia: él aporta una fisicidad que funciona tanto en el drama introspectivo como en los esporádicos momentos de aventura o suspenso, donde se convierte en una suerte de héroe mínimo. Ella, por su parte, carga con el mayor peso emocional, exteriorizando sus conflictos, trabajando con sutileza una cuerda en la que resulta tan débil por dentro como fuerte en esa coraza que construye a su alrededor. Y si por momentos Olivares se tienta ante el paisajismo, también es cierto que logra incorporar el espacio como un personaje más, e incluso desarrollar ese verosímil particular (casi fantástico) que aporta el contacto de los protagonistas con la fauna marina de una manera bastante acertada.

El faro de las orcas es un drama que no fuerza situaciones para generar una empatía tramposa, sino que juega sus cartas en los lazos que construye, además de utilizar recursos de un cine contemplativo tanto como del mainstream con bastante coherencia. Y se vale de mínimos recursos de guión para ir movilizando una trama que puede padecer cierto quietismo, generando los giros necesarios que alcanzar algún tipo de definición no del todo conclusiva ni asertiva.