El espejo de los otros

Crítica de Juliana Rodriguez - La Voz del Interior

Apocalipsis íntimo

La nueva película de Marcos Carnevale tiene un dream team de actores argentinos para contar varias historias.

Apenas comienza El espejo de los otros, un largo plano secuencia conduce la mirada primero a través de un muro lleno de grafitis, luego por una puerta, un pasillo abandonado, unas ruinas al aire libre y termina en el cenáculo de una iglesia gótica derruida. Mientras, suena la melodía insistente de un piano, la voz de Graciela Borges se imprime en las imágenes con el tono poético que le conocemos y aparece en escena Pepe Cibrián, con actitud afectada. Así, el filme instala el tono de su narración desde el comienzo: melancólico, impostado, sentimental.

La historia central es la de dos hermanos (Borges y Cibrián) que son anfitriones de un restaurante especial: cada noche hay una sola mesa, en la que se reúnen comensales que nunca volverán a pisar el recinto y en esa “última cena” vivirán un momento trascendental. Cada noche es un episodio diferente, con varios personajes que se dicen verdades, mientras Cibrián los atiende y Borges los espía por un sistema de cámaras.

No hay escenas en exteriores ni espacios abiertos: la cámara se encierra en primeros planos de sus protagonistas, un dream team de actores que desarrollan interpretaciones válidas, pero teñidas por un registro teatral: en la manera de decir sus textos y en la manera de moverse en el espacio cerrado. Se desarrollan así varias historias: la traición entre tres hermanos (Mauricio Dayub, Favio Posca y Luis Machín), la despedida de una pareja de casados (Julieta Díaz y Oscar Martínez), la crisis de otra (Alfredo Casero y Leticia Brédice) y el reencuentro de dos mujeres mayores que se amaron en secreto por años (Marilina Ross y Norma Aleandro).

Y si bien la película aspira al humor negro para matizar el tono grave de la intimidad de cada una de esas relaciones, es inevitable ver El espejo de los otros y asociarla con cierto cine argentino de poética forzada y onírica que se hacía hace más de 20 años (de Eliseo Subiela en adelante) y que no envejeció bien. Quizás para los espectadores que aún disfrutan de esos relatos, esta película funcione. Al resto le costará conectar con cómo se cuenta para sensibilizarse con qué se cuenta.