El espejo de los otros

Crítica de Guillermo Monti - La Gaceta

Tan ambiciosa como despareja

Cenáculo es un restaurante muy particular: tiene sólo una mesa y funciona en las ruinas de una imponente iglesia. Por ende, la concurrencia es de lo más selecta. Por un circuito cerrado de TV los dueños monitorean lo que ocurre entre los comensales. Y los conflictos estallan...

Marcos Carnevale se jugó con una película gigante. Por el elenco, casi un “dream team” del cine nacional, pero sobre todo por el viaje que propone al corazón de las relaciones humanas. Su guión está cruzado por sentencias y declamaciones, muchas ensayadas en off por Graciela Borges, por traiciones y miserias, por diálogos que pasan del trazo más bien grueso a alguna cita borgeana (de Jorge Luis, se entiende), y por una violencia explícita que hace de “El espejo de los otros” un ejercicio carente de sutilezas. Sí, es una película pretenciosa.

Cenáculo es un restaurante minimalista en su propuesta gastronómica y tan maximalista en su concepción arquitectónica que hasta se da el lujo de carecer de techo, Es infinito. En ese ámbito excepcional se desarrollan cuatro historias, cuatro “últimas cenas” que funcionan como compartimentos estancos. Detrás de cada una de esas mesas hay un drama. El hilo conductor es la relación entre los dueños del restaurante, dos hermanos (Borges y Pepe Cibrián Campoy) que -queda claro- tienen una cuenta pendiente.

Dos de los capítulos son puro romanticismo; los restantes, un crescendo de tensiones que explota de la peor manera. A Carnevale le sobra oficio para contagiar ternura. “Elsa y Fred” es el mejor ejemplo. También para recostarse en la comedia. Por eso sobresalen algunos pasajes jugados por las duplas Oscar Martínez-Julieta Díaz y Norma Aleandro-Marilina Ross. Cuando la ira se apodera de la pantalla, “El espejo de los otros” se vulgariza, resigna su espesura y arrastra a los actores a una espiral de sobreactuación en la que naufragan Alfredo Casero, Leticia Brédice, Carola Reyna, María Socas y Favio Posca. Sólo el gran Luis Machín salva la ropa.

Cuando se transita por terrenos complejos, como los elegidos por Carnevale, los riesgos se acrecientan. La película toca puerto, pero con rastros de esquirlas varias, producto de lo accidentado de la travesía.