El esgrimista

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

El arte de enseñar y aprender

De cinco largometrajes hasta el momento del director finlandés Klaus Härö, cuatro se sitúan a mediados del siglo XX. Este es uno de ellos, y se basa parcialmente en la vida del esgrimista Endel Nelis y transcurre en Estonia. Pero para ser precisos en términos históricos y políticos, dado que la acción es a principios de los 50, el territorio pertenece a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Estamos en medio de las purgas, las persecuciones, el totalitarismo, las deportaciones y los asesinatos del stalinismo. El joven Nelis huye de Leningrado, y va a parar al pequeño pueblo de Haapsalu como profesor. Y sus "camaradas superiores" le exigen "algo más", y ese algo más se convertirá -no sin conflictos- en una escuela de esgrima sabatina. Los burócratas -alguno menos acomodaticio y no tan pérfido-, el poder del tirano ramificado en sus esbirros, la conciencia de unirse de los estonios frente a los soviéticos: todo eso está en pequeñas dosis. Sin embargo, lo que predomina es el relato de intento de triunfo deportivo improbable, el aprender a enseñar, el compromiso frente a los alumnos..., ese tipo de instantes ya transitados muchas veces por el cine, a veces con mayor creatividad y gracia (como en Escuela de rock), a veces con más potencia (Karate Kid, Escape a la victoria), pero en muchas otras ocasiones con recursos más atolondrados que los de El esgrimista, una película apacible, sin grandes brillos, pero con no poca sobriedad y hasta fluidez.