El enemigo interior

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

El director Eran Kolirin, de quien vimos la pintoresca “La visita de la Banda” (hoy extrañamente convertida en un musical de Broadway) nos propone mostrar en “EL ENEMIGO INTERIOR”, un mosaico de la sociedad israelí actual a través de las vivencias de una familia. En apariencia es una típica familia de clase media, pero cada uno de sus integrantes –a su manera- deberá lidiar con los demonios interiores que se esconden en cada uno de ellos.
El padre de esta familia ha trabajado casi por 30 años en el ejército, con lo cual, su retiro implica un completo cambio de paradigma en su vida.
Rápidamente aparece su imposibilidad de reacomodarse a esta nueva realidad y no solamente sentirá la dificultad de lograr el éxito económico o laboral fuera de su casa cuando intente incursionar en una empresa de venta directa, sino además le parecerá complejo entender el funcionamiento interno de su familia, a quien parece redescubrir a partir de su retiro. Así nos iremos adentrando, entremezcladamente, en las vidas de su mujer y sus hijos.
Kolirin elige una forma poco armónica y desordenada, para narrar las situaciones que les suceden a cada uno de ellos y lo que en manos de un director con más riesgo –y menos preocupación por lo políticamente correcto- y un guion que tuviese más claro el objetivo final, hubiese sido una historia potente, en “EL ENEMIGO INTERIOR” queda como un relato fragmentario que abre demasiados caminos para no profundizar prácticamente ninguno de ellos.
Si bien queda clara la importancia de instalar la historia en el cotidiano de la sociedad israelí actual donde atentados, sirenas, simulacros, máscaras de gas, requisas policiales y actos de terrorismo son moneda corriente, la acumulación de tantos temas en un mismo film provoca el efecto de que operen como meros titulares, que se sobrecargue la historia, dejándonos la incómoda sensación que se vio todo, sin ver nada.
Kolirin acierta en la manera de mostrar la hostilidad y la violencia con la que lidian cotidianamente sus criaturas, que hasta parecen resolverla e incorporarla con cierta naturalidad en sus vidas. Una sensación de peligro permanente recorre todo el relato, sobre todo cuando posa su mirada en el personaje de la hija, quien manifiesta su disconformidad al sistema familiar (y por extensión al sistema social) a través de su rebeldía, coqueteando siempre con lo prohibido, con lo incorrecto, con la transgresión.
A pesar de que los temas quedan expuestos abiertamente a la vista de todos –protagonistas y espectadores- se trabaja con una dualidad de ver y ocultar al mismo tiempo, de no querer mostrar la basura que prefieren esconder debajo de la alfombra y vivir una vida de ficción para seguir sosteniendo un status quo que, de otra manera, generaría incomodidad y dolor.
Algunas situaciones se abordan apresuradamente, con la sola intención de que ciertos temas aparezcan en pantalla (la liviandad con la que se presentan, por ejemplo, algunos hechos de violencia que luego desaparecerán mágicamente de la trama o que no conducen a ninguna parte es muy llamativa), su supuesto espíritu de denuncia queda en la superficie y prefiere que jamás se pierda el orden y el equilibrio familiar.
Sobre las espaldas del personaje de la madre -profesora de literatura- se carga un tema fuerte, explosivo y polémico dado que mantiene una relación con un alumno de su clase. Y es ahí donde nos damos cuenta que si bien aparecen estos temas urticantes, Kolirin los lanza como una cortina de humo para presumir estar tratando temas fuertes, cuando finalmente los resuelve de una manera completamente convencional y haciendo que sus personajes no puedan soltar la carga del estereotipo que le impone a cada uno.
Sobre el final, una frase dicha por el padre quizás nos resuma el espíritu de esta propuesta bienintencionada en pintar su aldea pero completamente fallida a la hora de tomar cartas en el asunto: “Nada en este mundo me convencerá de que somos malas personas”. Y la suerte está echada: valdrá más la cáscara y el exterior que sus sentimientos, sus pulsiones y sus verdades.
Quizás el director ponga en palabras del personaje lo que él mismo siente o al menos, lo que el filme termina siendo: un envoltorio llamativo –no olvidemos que llegó a mostrarse en Un Certain Regard en el Festival de Cannes- para un contenido que nos deja, como espectadores, bastante insatisfechos.