El discurso del rey

Crítica de Juan Pablo Ferré - CinemaScope

A cada rey su corona

Tom Hopper no es un nombre muy conocido dentro del mundo del cine. Al menos no lo era cuando estrenó su ópera prima The damned united, la historia del polémico entrenador de fútbol Brian Clough, interpretado por Michael Sheen (Frost/Nixon) que sólo duró 44 tumultuosos días en su cargo. En su segundo filme Hopper logra destacarse no solamente por un relato interesante -de superación personal, mezclada con historia, un clásico candidato a distintos premios- sino que logra imprimirle a la dirección un pulso narrativo y estilistico con el que deja una marca.

El discurso del rey cuenta la historia del rey Jorge IV, que tuvo que afrontar grandes dificultades en su vida política por culpa de una muy notoria afección del habla: su tartamudez. Jorge le hace caso a sus laureados doctores y trata de hablar con pelotas en la boca, pero no soporta las humillaciones y los fracasos y abandona todas las terapias que comienza. Pero su carrera política en ascenso lo hacen volver a intentar cuando parece claro que el rey Jorge V no va a vivir mucho más y que su hermano Eduardo es demasiado díscolo como para hacerse cargo de esa responsabilidad. Entonces debe acudir a Lionel Logue (Geoffrey Rush), un estrafalario terapeuta que se encargará de tratar su afección.

La historia avanza de manera lineal, con algunos saltos temporales de varios años, que comienzan cuando Jorge aún era duque y tiene que enfrentarse por primera vez ante un micrófono para dar un discurso y su tartamudez se lo impide. Hopper es inteligente para crear los planos, especialmente en los actos públicos de Jorge, en donde los micrófonos y el auditorio aparecen gigantescos ante la pequeñez del futuro rey. La dirección también se destaca en la composición de los planos construidos por el realizador durante los primeros encuentros entre Lionel y Jorge. La incomodidad del mandatario se traslada a la pantalla, a los extraños encuadres, totalmente descentrados, con aire en los lugares equivocados y con lentes de amplitud en momentos en donde el espectador esperaría una perspectiva más normal. Sólo con lo dicho, sería justo que Hopper ganase el Oscar a mejor director.

Otro punto destacado de El discurso del rey es el guión, en especial en la construcción de las escenas en donde se producen los encuentros entre el futuro rey y su terapeuta. Se trata de sesiones realmente imperdibles: Logue está convencido de que la única manera de que el tratamiento funcione es que ambos se traten como iguales, por lo que el contrapunto se hace presente todo el tiempo y los momentos cómicos afloran. Además de un buen drama histórico -con sus licencias, claro está, puesto que el rey no parece tener demasiados defectos más que su terquedad-, El discurso del rey es una película muy entretenida y con mucha comicidad.

Por último, vale la pena señalar las estupendas actuaciones de Colin Firth y Geoffrey Rush, muy bien acompañados por un elenco secundario muy bueno, comandado por Helena Bonham Carter, que demuestra que también puede hacer buenos papeles sin máscaras o maquillaje. Lo de Firth es fenomenal, porque logra transmitir la pesada carga con la que tiene que vivir, la impotencia de no poder superar sus problemas y la angustia de saber que el momento de ser rey se acerca y que él no estará en condiciones de hacerse cargo. Rush, por su parte, vuelve a sobresalir en un papel histriónico, exagerado, bastante grotesco, y a esta altura queda claro que son los que mejor le caen.

El discurso del rey es una gran película, una sentida historia, filmada con una pericia y una personalidad notables por este promisorio director inglés llamado Tom Hopper, con un gran elenco y unas actuaciones protagónicas geniales. Solo se le puede criticar un poco de benevolencia para con su personaje principal y alguna toma de más justo antes de los créditos finales que ensucia con una busqueda de emotividad innecesaria una película por demás agradable.