El color que cayó del cielo

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Sergio Wolf, periodista y teórico del cine, había demostrado ser capaz de crear un relato atrapante a través de un documental con la celebrada Yo no sé qué me han hecho tus ojos (Co-dirigida por Lorena Muñoz) sobre el mito alrededor de la figura de Ada Falcón. Luego, no volvió a ubicarse detrás de cámaras hasta este momento; y ratifica aquellas mismas inquietudes aunque en un plano totalmente distinto, la creación y desgrano de mitos.
El color que cayó del cielo, presentada en la última edición del BAFICI, se basa en la leyenda que circula la zona de Campo del Cielo, Gancedo, Chaco; lugar de cráteres y por lo tanto meteoritos que atrajeron todo tipo de visitantes a lo largo de la historia, y eso es lo que aquí queda demostrado; que en un lugar mágico, pueden acontecerse todo tipo de sucesos.
Como una cebolla que se va abriendo por capas, Wolf nos introduce en el centro de a poco, en un principio veremos la leyenda propia de la zona, un mito mocoví que nos habla de “lluvia de fuego”; para luego pasar de la mano del propio Wolf en off al devenir del monolito “Mesón de Fierro”, una figura hallada en el Siglo XVIII e inmediatamente desaparecida, lo cual despertó un abanico de teorías en manos de diferentes personas, es más hasta vemos al propio director dn una expedición actual en busca del objeto.
Pero todo esto será una simple – y extensa – presentación para la contraposición de dos personajes que al aparecer en escena copan toda la atención, por lo menos del realizador. Ellos son William Cassidy y Robert Haag. Cassidy es un investigador y profesor universitario, reconocido en varios ámbitos, que ocasionalmente realizó una expedición a Campo del Cielo, y lo rememora de diferentes maneras, especialmente exhibiendo su archivo en diapositivas, y filmaciones de diferentes formatos (16 y 8 milímetros).
También se mostrará al equipo chaqueño que ayudó a Cassidy en aquella oportunidad. Por su lado, Haag es un “coleccionista” de meteoritos, o mejor dicho un revendedor, o mejor dicho un chanta simpático, o no. Un hombre que lo que tiene para contar es que estuvo a punto de capturar el segundo mayor meteorito de la historia en Campo del Cielo, y aunque no lo logró se conformó con otra captura que significó una buena suma de dinero.
A partir de ahí, todo dependerá de lo bien o mal que nos caigan estos personajes. A Cassidy se lo ve cansado, ¿aburrido?, él mismo reconoce que Campo del Cielo no fue su mayor proeza, que es reconocido por otras travesías. Recuerda los hechos con un dejo de nostalgia, y simpatía por aquellos chaqueños (simpatía que también demuestra cierta condescendencia de superioridad latente e ineludible). Haag sólo sabe hablar de dinero, muestra sus colecciones, o lo que el dinero le permitió comprar con la venta de ellas, y se ufana de las cosas que consiguió.
Parece salido de esos programas de revendedores de memorabilia al mejor postor. Uno adivina que no conviene hacer negocios con él, no obstante, cae simpático, visto de lejos y sin analizarlo. Cassidy y Haag son ¿opuestos? Parece que sí, y más opuestos ambos a los chaqueños y lugareños entrevistados, quizás ahí, en esa contraposición esté el mayor hallazgo de este documental de Wolf que se toma su tiempo para presentarnos algo que no termina siendo del todo lo que en un primer momento parecía.
Hay mito, hay leyenda, y hay intriga, como en Yo no sé… quizás lo que falte aquí sea el propio peso real de lo que se cuenta, eso que despierte el mayor interés más allá del cómo; punto este último en el que su realizador vuelve a demostrar mano firme para salir airoso de la circunstancia.