El club de los 50

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Un valioso documental sobre algo así como el “Lado B” del rock argentino a partir de las historias de Willy Crook, Claudia Puyó, Gustavo “El Vasco” Bazterrica, Ica Novo, Tito Losavio y Cuino Scornik.

“Me siento joven en esto de ser viejo”, dice cerca del final del film Willy Crook. Y el director Sergio “Cucho” Costantino decidió utlizar esa frase como subtítulo de su documental. Es que de alguna manera sintetiza el sentimiento de estos seis artistas que forman parte de una generación que hizo grande al rock nacional. No son famosos ni demasiado exitosos (a duras penas sobreviven con la música), pero solos o acompañando a otros músicos más populares son parte de la mejor historia del género. Algo así como el Lado B de la escena local.

Costantino, que venía de filmar Buen día, día (sobre Miguel Abuelo), Imágenes paganas (sobre Federico Moura) y -ya más ligado al folklore- Familia cantora, Los Pacheco, propone aquí una mirada coral y generacional (además de los seis personajes principales también aparecen en participaciones menores Claudio Kleinman, Cuffa Roll, Ricardo Maril, Norman Ramírez y Santiago Ruiz) sobre una vieja guardia que no se lleva demasiado bien con estos tiempos donde la imagen y el sonido perfecto (“robotizado”, dicen ellos) se imponen sobre la autenticidad que ellos pregonan desde siempre. Las discográficas tampoco son demasiado bien tratadas por estos artistas que han optado por la independencia, la autogestión y sostener a ultranza la libertad creativa.

En blanco y negro, con el agregado de ilustraciones y animaciones, con imágenes tomadas en sus casas, ensayos, grabaciones, zapadas íntimas y shows masivos (tocan con sus bandas Los Anestesistas, Bazterrícolas, Funky Torinos, Cuino y sus amigos), Costantino construye un patchwork bastante atractivo que, obviamente, disfrutarán sobre todo aquellos que siguen de cerca el derrotero de esa entelequia llamada rock nacional. El club de los 50 resulta una suerte de contrapunto del fatídico Club de los 27. Estos “viejitos piolas” están más vivos (y vigentes) que nunca.