El ciudadano ilustre

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

El famoso vuelve al pueblo para pelear con sus fantasmas

Daniel Mantovani es un consagrado escritor argentino que vive hace 40 años en Barcelona.

Daniel Mantovani es un consagrado escritor argentino que vive hace 40 años en Barcelona. Es millonario, se la pasa postergando conferencias y firmas de libros en todo el mundo y desde que ganó el Premio Nobel de Literatura, hace cinco años, no volvió a escribir una línea. Una mañana, entre las tantas invitaciones que les leía su secretaria privada, quien junto con la mucama eran las únicas personas que pisaban su casa, le llega una carta de Salas, su pueblo natal. "Creo que hice una única cosa en toda mi vida, escapar de ese lugar", dijo Mantovani, impecablemente representado por Oscar Martínez. "Lo que te da terror te define mejor", canta Gabo Ferro, y aunque no forma parte de la poderosa banda de sonido de esta película, la frase pinta como ninguna la realidad de este personaje. Es que Mantovani teme tanto la abulia de Salas, la chatura de ese lugar, el amor perdido y las amistades ambiguas de ese pueblito de Buenos Aires, que irá en busca de esos fantasmas para perderles el miedo de una buena vez. O para escapar, con el fin de no volver nunca más. Lo que sí, definitivamente, hará un viaje hacia su pasado para encontrarse a sí mismo en este presente. A Salas irá, nada menos, para recibir el título de ciudano ilustre. El encuentro de los mundos opuestos es un tema abordado recurrentemente por la dupla de Mariano Cohn y Gastón Duprat. Lo hicieron con una eficacia envidiable en aquella comedia negra "El otro lado" al mostrar el contraste entre Leonardo, ese diseñador intelectual que encarnaba Rafael Spregelburd, y Víctor, el violento vendedor de autos interpretado por Daniel Aráoz. Aquí la antinomia se da entre Daniel y Antonio (Dady Brieva), que lo llama Titi, como en aquel entonces, y le contará que se casó con Irene (Andrea Frigerio), la novia que el escritor dejó cuando abandonó el pueblo. En ese cruce está lo más gracioso y a la vez lo más oscuro de la película. Mantovani vivirá situaciones bizarras, como recorrer el pueblo arriba de un coche bomba, caminar por una plaza y que los vecinos lo filmen con un celular, que una joven bellísima (Belén Chavanne) se le meta en la habitación para tener una noche de sexo, o ser presidente del jurado de una pésima exposición de cuadros, que le generará enemigos impensados hasta ese momento. Así como ocurrió en menor grado en "El otro lado" y mucho más en "El artista", la dupla Cohn-Duprat vuelve a reflexionar sobre el concepto de arte, la creatividad, la fama, el arte elitista y el arte popular, y los límites difusos entre la cultura institucional y la de raíz. Pero aquí le suman algo más, y es poner el foco en el lado menos conocido de las figuras famosas. Y lo hacen desde el lugar en el que se corren del estrellato y se acercan a un acto solidario, como donar una silla de ruedas a un desconocido o publicarle un cuento a un principiante. Aunque lo más revelador es cuando muestran a este Nobel de Literatura desafiando al poder real, a las normas establecidas institucionalmente, y al poder de barrio, representado por los que toman decisiones en un pueblo perdido. Pese a las dos horas de película, "El ciudadano ilustre" se disfruta de principio a fin e invita a una sonrisa agridulce.