El ciudadano ilustre

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Pasaron los años y Leonardo Kachanovsky – el arquitecto protagonista de El Hombre de Al Lado – abandonó la arquitectura por la literatura, abandonó su “polémico” hogar, cambió su nombre a Daniel Mantovani, y emigró a Europa en donde triunfó en las letras y recibió el Premio Nobel de literatura. Ahora es convocado por el pueblo que lo vio nacer.
Esto no es exactamente así; Leonardo y Daniel no son el mismo personaje, pertenecen a diferentes películas; pero dentro de la mente de los realizadores Mariano Cohn y Gastón Duprat (más el guionista Andrés Duprat, hermano del segundo), parecieran querer repetir – quizás inconscientemente – las características de uno en otro, siete años después.
Cohn y Duprat tienen una larga trayectoria tanto en el cine como en la televisión, en diferentes rubros y géneros. Pueden dirigir un “documental” como Yo, Presidente; y una película como Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo; ser directores del Canal de la Ciudad; y crear programas como Cupido y TV Abierta. Eclécticos, quizás haya una línea directriz en toda su obra, una supuesta irreverencia.
Esa irreverencia es la que intenta imponerse en su nuevo opus El Ciudadano Ilustre, posiblemente su film con mayores similitudes a su proyecto más celebrado, El Hombre de Al lado; y no solo porque los protagonistas de ambos films se parecen mucho entre sí.
Mantovani (interpretado por Oscar Martinez) nació en Salas, pueblo rural del Interior de Buenos Aires. Hace muchos años emigró de ahí y se autoexilió en Europa.
Escritor, goza de mucho éxito y reconocimiento, aunque vive alejado de la sociedad, tapado por libros y objetos inanimados de lujo. En el momento en que se encuentra en medio de un bloqueo creativo, recibe la premiación al Nobel de Literatura por sus escritos, todos representados en el pueblo de su juventud.
Paralelamente, Salas se encuentra en los festejos del Bicentenario, y el Intendente, en un acto de demagogia, convoca a su hijo pródigo a participar de los festejos; además de ser el centro de una ceremonia en la que se lo declarará Ciudadano Ilustre del pueblo.
Daniel acepta, emprende el retorno, pero una vez allí verá que las cosas no son tal como él las recuerda; o sí, pero vivirlas en carne propia será otra experiencia.
Así como en El Hombre de Al Lado – trazar paralelismos me resulta inevitable – la medianera dividía dos estilos de idiosincrasia distintos, entre el snob apático, y el noble vulgar; en El Ciudadano Ilustre, el océano es el que divide el estilo de vida “intelectual”, citadino de Mantovani, con el pueblerino de los habitantes de Salas; el cruce de uno hacia el otro producirá el choque cual la ventanita en la medianera.
Cohn y los Duprat arrojan líneas sin preocuparse en sutilezas, no se andan con demasiadas vueltas para dejar en claro que tanto uno como los otros tienen rasgos cuestionables y/o despreciables.
El escritor es egocéntrico al punto de caer en la falsa modestia abiertamente, mira permanentemente desde arriba y cargado de prejuicios y rencores. La gente del pueblo – focalizados en especial en uno interpretado por Dady Brieva, amigo de la infancia de Daniel, rivalizados por una mujer con el rostro de Andrea Frigerio queriéndonos hacer creer que puede ser una mujer de pueblo – es extremadamente vulgar, salvaje, inescrupulosa, intolerable, y varios otros adjetivos descalificativos de la condición humana.
Dividido episódicamente; en un primer tramo el film plantea las miserias – y bondades en contrapunto – de unos y otro; pero en determinado momento, se advierte aquella subjetividad que ya olíamos más disimuladamente en el film de 2009. El Ciudadano Ilustre adopta la mirada del recién llegado al pueblo y se focaliza en querer hacernos reír con las excentricidades y mal gusto de los habitantes de Salas, dejando abierta una clara generalización hacia la vida en los pueblos ¿En definitiva los prejuicios del urbano no eran tan errados?
Tanto en El Hombre… como en esta oportunidad, habrá una suerte de redención para que no pensemos que los realizadores tienen las mismas ideas que sus personajes “de ciudad”. Pero en esta oportunidad, el trazo anterior es tan extenso, corrosivo, y explícito, que siempre quedará tildando la duda.
Aun en proyectos como El Artista que buscaba reírse de la comunidad artística, no se ahorraban una mirada socarrona hacia un sector mísero. Pensemos que son los creadores de (por lo menos) dos ciclos televisivos famosos por burlarse de cierto aire popular, desde lo exagerado o grotesco.
Como comedia, El Ciudadano Ilustre funciona si nos dejamos llevar, en base a un humor directo, de gags explícitos, que no le temen a lo escatológico. No hay ninguna búsqueda estética ni narrativa, tampoco las necesita.
El elenco, encabezado por Martinez omnipresente y Brieva, saca lo mejor de sí, y parecen ser producto de un correcto casting en el que cada uno tiene el rol que merece (con la salvación hecha antes de Frigerio). Las interpretaciones son lo mejor de la propuesta.
Cohn y Duprat realizan otra mirada aguda al género humano desde la comedia directa. Mirada que cuando es más abierta logra sus mejores momentos. No puede evitar mostrar una hilacha de subjetividad en carne viva, y desde ese momento, dependerá de las ideas previas del espectador, apreciar la obra a su manera; lástima que la propuesta no se abre al debate.