El cisne negro

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Sangre, sudor y lágrimas

Natalie Portman es Nina, una bailarina del elenco estable de una compañía de Nueva York, que vive con su madre, una ex bailarina, y la relación entre ellas excede la competitividad artística y la proyección de los deseos y frustraciones personales. Los psicoanalistas tendrán aquí un filme (de manual) para el diván: castración, represión y psicosis. Ése es el universo simbólico de Nina, cuyo padre ni siquiera es un fantasma; en el filme, no existe.

Después de que la primera bailarina es “jubilada” por el coreógrafo francés Thomas (Vincent Cassel), tan riguroso como mujeriego, Nina se esforzará por obtener el protagónico en El lago de los cisnes, de Tchaikovsky. A su técnica perfecta le falta espíritu y libertad, condiciones que según Thomas resultan imprescindibles para interpretar el lado oscuro del cisne. Masturbarse y soltarse será la propuesta terapéutica del maestro, aunque la descomposición psíquica de la bailarina, obsesionada por la perfección, más bien necesite de un doctor Freud vestido con tutú. Nina obtendrá el papel y literalmente vivirá el destino de su personaje.

Ahistórica y esquemática, El cisne negro, más que una película sobre la danza clásica, es un retrato trivial sobre la psicosis. Aronofsky acierta en privilegiar planos cerrados que denotan la experiencia de Nina, de allí que la proliferación del primer plano obsesivo y la predilección por escenarios cerrados son una constante, algo bien secundado por una composición cromática en la que el claroscuro transmite un estado de ánimo. Pero Aronofsky no se detiene allí, e intenta mostrar el desequilibrio psíquico a fuerza de efectos especiales y subrayados de principiante. Véase el pasaje en el que el cuerpo de la bailarina se quiebra paulatinamente, lo que culmina en un plano de una muñequita. Ese tipo de ejemplos es la regla.

El sacrificio de Portman es ostensible, y tiene asegurada su recompensa en la noche de los premios Oscar: su determinación como actriz, su look de anoréxica, sus cou-de-pied y sur le cou-de-pied y su martirio interpretativo son atendibles, aunque su personaje no necesariamente despertará simpatía. El cisne negro es al ballet lo que La pasión de Cristo es a la teología: una aventura masoquista coronada por un toque trascendental.