El cisne negro

Crítica de Fernando López - La Nación

Un psicothriller de terror en el mundo del ballet, sobre la búsqueda de la perfección

De Las zapatillas rojas , el clásico de Michael Powell y Emeric Pressburger que es referencia inevitable cada vez que un film se interna en el mundo de la danza, lo único que Cisne negro recoge es esa noción romántica del ballet como una vocación tan exigente, absorbente y esclavizadora que puede llevar a la destrucción y la muerte. Pero Aronofsky abreva también en otras fuentes, como Repulsión , de Polanski, y en sus propias obras, de las que toma, además de su frenesí formal y cierta tendencia al efectismo, temas vinculados con la obsesión, la automutilación y la locura. Porque al realizador de Pi no parece interesarle demasiado indagar en el interior de una compañía o en el proceso de la creación de una obra si no en la medida en que ésta agita las zonas más turbulentas y oscuras de la personalidad de su protagonista, una perturbada mujer-niña que ha vivido consagrada a la danza, prácticamente no ha pasado por ninguna experiencia adulta y vive una relación simbiótica con su madre, la clásica ex bailarina que ha sacrificado su propia carrera para atender la de la hija.

Se dice que Cisne negro es una suerte de psicothriller de horror en torno de la obsesiva búsqueda de la perfección. O tal vez un intento de asomarse a los abismos de la mente humana siguiendo de cerca los trastornos del personaje central y armando realidades paralelas entre lo que vive fuera de escena y lo que debe representar. Una alegoría bastante ingenua.

El tiránico coreógrafo que acaba de concebir la nueva versión de El lago de los cisnes (Vincent Cassel, impecable) resume la historia: una virgen ha sido convertida en cisne blanco; el amor de un príncipe podría romper el hechizo y liberarla, pero un cisne negro logra seducirlo. El cisne blanco se suicida.

Nina (esforzadísimo trabajo de la bella y glacial Natalie Portman) obtiene el doble papel. Tiene todas las dotes para componer a la virginal Odette, pero la versión exige para Odile una entrega sensual y una carnalidad que le son esquivas, todo lo contrario de lo que sucede con su compañera Mila (Lily Kunis). Ella será su sombra, su rival, su obsesión. Para asegurarse el papel, Nina deberá indagar en su interioridad, asomarse al oscuro abismo del deseo reprimido, que si por un lado la guía hacia Odette, por otro exacerba su paranoia. Sus alucinaciones y pesadillas son cada vez más reales hasta que ya no se sabe qué es realidad y qué es delirio.

Aronofsky crea un clima opresivo, pero explota esa ambigüedad (a algún público le servirá de excusa para rescatar el desenlace del ridículo) y también se permite los clichés, el sensacionalismo y los golpes de efecto.

Algo queda claro sobre el final: Cisne negro es de esos films que se aman o se detestan.