El círculo

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

Basada en la novela homónima de Dave Eggers, El Círculo plantea un futuro cercano en donde la humanidad es rehén de una red social diabólica que busca la transparencia absoluta.
Algo interesante podría haber salido de la propuesta de satirizar a las empresas cool del siglo 21, como Apple o Google, que se piensan como sectas fashions antes que como recintos de trabajo, pero El Círculo está tan mal filmada y mal actuada que ridiculiza la idea, le anula su potencia creativa.

La película dirigida por James Ponsoldt tiene una confusión de tono elemental: plantea una distopía a lo Black Mirror bajo el prisma de una saga adolescente. La liviandad de las situaciones y la unidireccionalidad de los personajes jamás conectan con ese trasfondo “serio” que problematiza la Big Data y denuncia la violación de la esfera privada por parte de las compañías de Internet.

Aquí seguimos a Mea (Emma Watson), una joven de clase media contratada por El Círculo, algo así como una red social que gana cada vez más control sobre la población y quiere convertir a los ciudadanos en usuarios. Esta obsesión por la vigilancia se aborda con una chatura apabullante y los dilemas éticos se resuelven a martillazos de guión. La manipulación es grosera al punto de idiotizar el debate y llevarlo a un terreno maniqueo en donde se corre el eje del impacto tecnológico para reducir el conflicto a la chifladura de un hombre ambicioso y malo (Tom Hanks).

Lo que en definitiva sugiere El Círculo es que las herramientas no son dañinas por sí mismas, sino que dependen del uso que les dé el hombre. El Círculo fracasa como ensayo sobre la deshumanización de Internet y también como relato: no hay pulso, no hay un enigma claro, no hay personajes atractivos. El filme abre pestañas y cierra otras que ya estaban abiertas sin ningún sentido.
Esta atmósfera caprichosa se debe a la incapacidad de Ponsoldt para darle lógica audiovisual a la novela de Dave Eggers: muchas escenas son transformaciones esquemáticas de ideas plasmadas por escrito y se nota en el abuso de diálogos sobreexplicativos. Cada aparición del personaje de John Boyega da cuenta de esto. Otra vertiente de responsabilidad está en Emma Watson, el producto más insípido que dio la escuela de Howards. Sus músculos faciales están siempre en el mismo lugar sin importar lo que pase. Un primer plano de esta película podría conmutarse por cualquiera de La Bella y La Bestia y nadie se daría cuenta.