El chico de la bicicleta

Crítica de Marcelo Cafferata - Revoleando Butacas

Diarios de Bicicleta

¿Qué tienen en común "Rosetta" "El hijo" "El silencio de Lorna" "El niño" y "La promesa"?

Que todas han sido escritas y dirigidas por los hemanos Dardenne, ganadores en dos oportunidades de la Palma de Oro en Cannes y exitosos en cuanto festival internacional hayan presentado sus obras.

Con una mixtura perfecta entre una nouvelle vague ambientada en nuestros días y un bisturí que disecciona profundamente la realidad social en la que los personajes se encuentran inmersos, los hermanos Dardenne plantean sus historias en un universo tan simplemente mostrado y con tanta crudeza como la realidad misma.

En este caso, en "El chico de la bicicleta" la historia está centrada en Cyril Catoul, el niño del título y el protagonista absoluto de este nuevo opus, quien ha sido abandonado por su padre y contrariamente a aceptar esto, hará todo lo que sea posible para volver a contactarlo.

A partir de un destino completamente desafortunado -el que pareciera ser el hilo conductor que hilvana a todos sus personajes-, aparece una posibilidad de comenzar a reconstruir(se) cuando Samantha, la peluquera del pueblo, se cruce en su camino. Son dos almas solitarias, desamparadas, golpeadas, que encuentran uno en el otro, una oportunidad de cambio.

Samantha acepta compartir sus fines de semana con él y de esta forma comenzarán a entretejer un nuevo vínculo que los Dardenne narrarán sin perder esa mirada social con la que tiñen todas sus historias.

A diferencia de otros films en este caso aparecerá en este lazo, un aire de "redención" que pocas veces se ha visto en su cine, mayormente atravesado por la desesperanza.

También se hará presente la dualidad de Cyril cuando entre en escena Wes, un delincuente y traficante que representará el desequilibrio, el desborde, una especie de "canto de sirenas" al que deba enfrentarse cuando se sienta atraído por el mundo que Wes le muestra en toda su intensidad, su violencia, su adrenalina, algo así como volver a atravesar pero en otro registro, los senderos recorridos por la literatura infantil en los personajes clásicos de Pinocho y el Zorro, esa seducción para entrar en un mundo más oscuro y sembrado de peligros.

Desprovistos de demasiadas construcciones y giros en el guión, como en casi toda su producción, los Dardenne apuestan a que la cámara capture la esencia de cada uno de sus personajes. Y cuando el alma queda al descubierto, tanto en Cyril como en Samantha, cada imágen cuenta. Asi como De Sica en "Ladrón de Bicicletas" tomaba este objeto que devendría en un ícono de la cinematografía mundial, en este caso ellos cuentan con este elemento para retratar un vínculo padre-hijo, ese objeto preciado que nos sigue atando al ser amado y que formará parte de esta historia y de la intriga.

Y por sobre toda la tristeza, el dolor y la soledad (sugerida por diversos elementos en los que los directores posan su mirada tan contemplativa como exhaustiva), por sobre la imposibilidad emocional de este padre de hacerse cargo de su hijo y no poder tomarlo, aparece por primera vez en su filmografía una mirada más luminosa y esperanzadora.

Cyril y Samantha se eligen mutuamente: ella acepta el gran desafío de la maternidad -aún a riesgo de perder su pareja, de complicar su situación laboral y de atravesar fuertes problemas económicos-, tan difícil y tan compleja para asumir frente a un Cyril tan traumatizado por los golpes de su pasado, así como las marcas que ella misma trae, y en este caso la figura del este niño en su vida, le presente una cierta forma de sanación.

Como un efecto de ida y vuelta, en "El niño" los Dardenne hablaban de la dificultad de un hombre de hacerse cargo de su paternidad, de madurar y dejar de lado ese estado de vida infantil permanente y de huida de las responsabilidades. Ahora, esa misma mirada, se posa sobre el personaje de Cyril, como una contracara de la ausencia del padre y de encontrar una apoyatura en una nueva figura que aparezca para subsanar esa falta, completando el propio ciclo.

Cécile de France construye a su Samantha arriesgándose a un papel algo diferente para su carrera, alejado de algunas producciones más glamorosas y acertando en la sensibilidad con la que arma a su personaje. Sin duda alguna, la figura de Thomas Doret es central para que la historia funcione.

Su Cyril es impecable, transparente, preciso. Como suelen acostumbrarnos los Dardenne, su trabajo delicado en la dirección de actores producen escenas maravillosamente intensas y la mirada y las sensaciones de Doret como Cyril logran las mejores postales del film.

Una excelente oportunidad para volver a visitar y paladear el cine de los Dardenne, en este caso, con una mirada innovadora para con sus personajes.