El chico de la bicicleta

Crítica de Fernando López - La Nación

La luz del verano, el horizonte claro, se corresponden con el film más cálido que los hermanos Dardenne han entregado hasta la fecha; las pocas frases de un adagio beethoveniano subrayan cada etapa en el recorrido iniciático que vive el joven protagonista e introducen la música en un cine que prescinde de ella; la mirada se ha vuelto más tierna. Pero esas pequeñas novedades no alteran el estilo reconocible de los maestros belgas que siguen mirando de frente la realidad más ardua y saben percibir a través de las conductas de sus personajes, el estado de ánimo social, el efecto que las condiciones de vida en el mundo contemporáneo producen entre los postergados, los excluidos, los solitarios.

Cyril, 11 años, hosco, rebelde, porfiado, es uno de ellos y los Dardenne entran en su historia sin rodeos. Internado en un orfanato, se niega a admitir que el padre (poco más que un adolescente que se confesará incapaz de asumir sus obligaciones paternas) lo ha abandonado, rehúsa verlo y hasta le ha vendido la bicicleta que para el chico no sólo simboliza ese vínculo al que no quiere renunciar, sino también su propia libertad. Nada se sabe de la madre.

Una escena lo dice todo: del drama que vive Cyril y de la austera elocuencia de los directores. En una de sus repetidas fugas, correrá hasta perder el aliento, atravesará bosques, trepará a los árboles, seguirá al tren y llegará hasta el departamento de la ciudad donde vivían. Allí abre puertas y ni la fría evidencia de los ambientes vacíos consigue convencerlo. Ni una palabra hace falta para comprender lo que Cyril está viviendo. La cámara (al hombro) asiste al momento con el mismo nervio, como si acabara de descubrirlo. La vibración se contagia.

En su rabiosa búsqueda, el muchacho (Thomas Doret, asombrosa revelación) remite a Rossetta: ella buscaba un trabajo; él, algo de amor. Huyendo de los preceptores, que difícilmente logran sujetarlo, el azar lo acerca a una desconocida, a la que se aferra. "Puedes tomarte de mí -le dice la mujer con voz serena mientras los asistentes siguen forcejeando para soltarlo-, pero no tan fuerte". Es el primer contacto con Samantha, con quien, muy de a poco, establecerá un lazo de confianza.

Los Dardenne evitan cualquier explicación psicológica. Poco se sabe de Samantha, salvo que trabaja y vive en una peluquería ¿Por qué acepta el rol de madre sustituta? ¿Por qué lo sigue amparando cuando la tentación del delito llega personificada en un joven dealer que lo toma bajo su protección y lo induce al robo? ¿Por qué cuando la circunstancias la obligan elige a Cyril antes que a su novio? Los Dardenne suelen atrapar esos gestos -una chispa de nobleza, de compasión o de coraje-reveladores de una condición que el hombre conserva aún en medio de una sociedad deshumanizada e individualista como la actual. Lo encuentran aquí en el personaje al que Cécile de France confiere fortaleza y dulzura, mientras Renier brilla brevemente en un papel que ya le es familiar.