El chico de la bicicleta

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Amor de madre (sin ser madre)

Ganadores en dos oportunidades de la Palma de Oro con Rosetta (1999) y El niño (2005), los hermanos Dardenne ratifican con El chico de la bicicleta -con la que obtuvieron "apenas" el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes 2011 y una nominación al Oscar extranjero- la extraordinaria dimensión de un cine bello, riguroso, implacable y de profundo humanismo.

Estos verdaderos maestros del cine contemporáneo recurrieron -en un hecho infrecuente en su filmografía- a una gran estrella como Cécile de France (también belga de nacimiento) para uno de los dos papeles centrales del film. El otro, por supuesto, es el que interpreta Thomas Doret, el niño del título, un chico de 11 años abandonado por su padre (Jérémie Renier) y rescatado de un internado por Samantha, una misteriosa peluquera con la que se topa de manera fortuita en una clínica.

Claro que la reinserción del pequeño Cyril -una bomba de tiempo marcada por la frustración, el resentimiento, la descontención y la confusión- no será nada fácil y, a pesar de los esfuerzos de esta luminosa madre sustituta, pronto se verá involucrado en hechos delictivos no exentos de violencia.

La trama tiene algo de la primera nouvelle vague francesa (con Los 400 golpes como principal referente) y del neorrealismo italiano, fuentes de las que siempre han bebido los creadores de La promesa, El hijo y El silencio de Lorna. Puede que para algunos espectadores, El chico de la bicicleta tenga algo de déjà vu (por momentos puede sonar como si los directores tocaran siempre la misma cuerda), pero se trata, en definitiva, de un relato poético y urgente a la vez, de esos que exponen con la simpleza y la honestidad de los grandes cineastas unos pequeños trozos de vida en uno de los tantos pueblos grises y perdidos que son rescatados del olvido por la sensibilidad de los artistas.