El cerrajero

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Las trabas de la comunicación.

Si en Rompecabezas el trasfondo no era otro que los conflictos de la maternidad y de cómo enfrentar los cambios con las escasas estrategias de lo cotidiano, El cerrajero, segundo opus de la realizadora Natalia Smirnoff (ver entrevista), se concentra en los avatares de un protagonista (Esteban Lamothe), un tanto parco que por un lado atraviesa sus pequeños conflictos de interacción con el entorno y por otro vive la paternidad desde dos aspectos que no se vinculan entre sí: la figura de su padre ausente (el ya fallecido Arturo Goetz) y el potencial deseo de convertirse en padre del hijo de una amiga (Erica Rivas).

Pero más allá de estos apartados temáticos, de inmediato la trama toma elementos ambiguos tales como la coexistencia de una nube o neblina con humo blanco que recubre el aire viciado de la ciudad (acontecimiento real acaecido en 2008 en la ciudad de Buenos Aires) junto al descubrimiento de un don por parte del protagonista cada vez que intenta arreglar o destrabar una cerradura.

Un don en crisis acarrea también para quien lo padece una suerte de maldición y ese es el conflicto implícito que debe afrontar durante toda la película Lamothe, así como establecer los mecanismos que tiene a su alcance para reparar sus lazos afectivos, o al menos recomponer algunas situaciones.

Los elementos sembrados con inteligencia por la directora en la puesta en escena de El cerrajero permiten elaborar algunos análisis en base a su valor simbólico, por ejemplo la búsqueda de pedazos para componer una cajita de música, obsesión que se encuentra a la par del conflicto principal durante gran parte del desarrollo.

La otra virtud de Smirnoff es haber logrado introducir el código de lo fantástico –la palabra sobrenatural le queda grande y no es justa- sin arribar a la puesta de un elemento concreto o situación extraordinaria que no encuentre una lógica si se respeta a rajatabla el punto de vista de un protagonista en crisis, en el que a veces un incipiente aunque sutil estado de paranoia puede provocar distorsiones a su percepción de los hechos. Percepción que al ser sometidas a los poderes de las neblinas que azotan la ciudad cobran un sentido particular y sumergen a esta historia de dones en crisis en otro tipo de escenario, en el cual la alegoría de las trabas de la comunicación y de las cerraduras que no se quieren abrir estalla como esos secretos que pululan en el polvo de la memoria.