El buen amigo gigante

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Creer en la hora mágica

Steven Spielberg es Hollywood en estado puro. Es productivo a nivel industrial pero en registros contrapuestos. Puede estrenar “Las aventuras de Tintín” y “Caballo de guerra” en el mismo año, o pasar de “Puente de espías” a “El buen amigo gigante”, el filme que nos ocupa. Donde se permite jugar con la más pura imaginería británica, a la que hace honores sin pasarse de pomposo; algo que tal vez un británico no lograría. Imaginería que va del universo fantástico al humor inglés: se funden aquí la orfandad de las novelas de Charles Dickens (homenaje explícito en la lectura de “Nicholas Nickelby”); la escapada fantástica a lo “Peter Pan” (la Sophie en camisón y descalza recuerda a la Wendy de la memorable versión de J.P. Hogan); la convivencia de fantástico y cotidiano contemporáneo de Harry Potter; los firuletes idiomáticos a lo Lewis Carroll; y unos gigantes que podrían haber salido de un sueño de los Monty Python (con su aspecto de bárbaros escoceses o irlandeses). Quizás por tener como base una obra de Roald Dahl, autor del siglo XX que vendría a ser un puente entre la era de Carroll y James Matthew Barrie y los tiempos de J.K. Rowling.
Carne de cuento
Con esos elementos construye Spielberg una película bastante atípica: así es que ha enamorado o disgustado a crítica y público, según puedan “entrar” en ella o no. Atípica en buena medida porque no tiene una estructura narrativa convencional: tiene un comienzo de antología, un segmento medio de gran poesía visual (la Tierra de los Sueños y su entrada por el reverso espejado en el lago), y un remate un poco alocado y humorístico. En algún punto, es como esos cuentos estirados que los niños siempre adoraron escuchar: como una agregación de peripecias y encuentros más que un crescendo dramático (“El Hobbit” de Tolkien funciona de ese modo, al menos en parte, como así también la “Alicia” de Carroll), donde en el fondo sabemos que a nuestros héroes no les pasará nada grave y lo interesante está en la finta o el subterfugio. Así, algunos pueden decepcionarse o ver una visión del imperialismo británico cuando en realidad es un juego de anacronismo, con la reina británica, los guardias con su traje típico, los generales bigotudos y estereotipados y la flema cortesana. Un poco raro todo, al menos para el estándar de la Disney.
Contemos un poco de qué se trata. Sophie es una huérfana que vive en un orfanato decimonónico, pero más acá (hay claves de que serían los ‘80). Insomne, merodea por los pasillos a las tres de la mañana, “la hora mágica”, cuando todos duermen y se supone que criaturas inimaginables andan por allí. Y es cierto: Sophie ve a un gigante, que ante la duda de que lo descubra tira el manotazo y se la lleva a su casa en la Tierra de los Gigantes. Donde en realidad él es pequeño y civilizado (pacífico y bonachón como Bilbo Bolsón, pero grande), rodeado de una banda de gigantones brutos y roñosos, que gustan de comer niños y jugar al rugby con su débil vecino como balón. Mientras trata de proteger a la ingeniosa niñita de sus coterráneos, el Buen Amigo Gigante (Big Friendly Giant, o BFG) le muestra su trabajo capturando sueños de la Tierra de los Sueños y trayéndolos a nuestro mundo. Juntos, tendrán que urdir un plan un poco bizarro para detener a los salvajes.
Suma de talentos
El buen Steven armó un equipo ganador para esta apuesta. Contó con la guionista Melissa Mathison (con quien trabajó en “ET”), que murió antes de terminar el filme, que le está dedicado. La música está a cargo del indiscutido John Williams (autor de grandes himnos del cine, que aquí está sutil en su tarea) y el director de fotografía Janusz Kaminski, otro habitual, artífice de la lograda estética de los primeros 20 minutos (cuando todavía se trata de luces y sombras). Y sumó al staff de Weta Digital, que trajo la carta ganadora: la captura de movimiento, que permite meter al actor en un cuerpo animado digitalmente, lo que refuerza el verismo de lo que se ve.
Porque el BFG (o BAG, según las siglas de un doblaje algo insufrible) es eminentemente Mark Rylance en toda su gestualidad: más allá de las orejas o una figura esmirriada, están sus rasgos y expresiones (algunos ven a Robin Williams, que fue candidato al rol), en un personaje totalmente diferente al Rudolph Abel de “Puente de espías”: Spielberg repite actor pero con sorpresas. Del otro lado está Ruby Barnhill como Sophie, una avispada muchachita, que tiene el desafío de actuar a pantalla verde casi toda la película (para poder ser montada en escenas creadas en CGI, como un movido planito secuencia en la captura de los gigantes).
Del resto del elenco podemos destacar a Penelope Wilton como la reina, Jemaine Clement como el taimado Fleshlumpeater, líder de los gigantes, y por ahí está Rafe Spall como el atildado señor Tibbs. Mención aparte para Rebecca Hall, que compone una Mary que no transita el tono pomposo de la corte, y cuyo realismo sirve como parte del juego abierto en el final... que no explicitaremos aquí. Quien quiera creer, que crea: de esa magia están hechos los cuentos.