El azote

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La nueva película de José Celestino Campusano, "El azote", se mantiene fiel a su estilo para hablar de los jóvenes desamparados. Difícilmente encontremos en nuestra filmografía un director tan personal como José Celestino Campusano. El hombre que respira/ba Conurbano Bonaerense en cada toma vino a reformular el modo de ubicarse dentro de las zonas bajas; dejando atras al Nuevo Cine Argentino, a Carlos Sorín, y hasta al mismísimo Raúl Perrone.
Lo suyo es rock hecho cine. No solo por la música, lo cual lo emparenta mucho con el metal local; es el rock desprejuiciado que rompe reglas, y se anima a ser sucio sin artilugios, en serio. Un hombre capaz de filmar hasta dos películas por año, un artesano del cine de guerrilla, bien entendido; los recursos nunca son una limitación.
Allá por "Placer y martirio", en 2015, comenzó a romper sus propios moldes al aportarnos su mirada de las clases sociales más acomodadas. "El azote", al igual que la anterior "El sacrificio de Nahuel Puyelli", se aleja de Buenos Aires y nos lleva hasta la Patagonia, esta vez Bariloche; en uno de esos barrios marginales que el director de "Vil romance" sabe retratar.
El protagonista es Carlos (Kiran Sharbis), o como algunos apodan maliciosamente, El murciélago, ex integrante de una banda de rock metal, retirado; que dedica su tiempo a realizar esculturas de arcilla, y colaborar como asistente social en un colegio y centro asistencial para la recuperación de jóvenes en situación de desamparo.
Carlos es un hombre con códigos, eso es lo que lo define, no transa, no se vende, cueste lo que cueste, y tenga que enfrentarse a quien tenga que enfrentarse. Campusano adora a estos personajes, sabe que el mundillo del rock, más el del metal, es estigmatizado, y en sus films más emblemáticos (como lo es "El azote") tendrá siempre un lugar para revalorizarlos.
Ni hace falta verlo a Carlos escuchar V8, Almafuerte, o Riff, sabemos que pertenece a ese palo, y una sola línea de diálogo nos confirma que integró una banda.
El metal no te traiciona. La vida golpea a Carlos, su pareja lo abandona, intenta mantener una amante que cuando se descontrola tendrá planes de humillarlo mancillando su hombría, tiene una madre enferma con la que vive y lo maltrata (pero la vieja es la vieja, y no se toca), y se enfrenta a los que andan en cosas raras, a quienes van por atrás (sean autoridades del Estado, policías corruptos, transas, o mujeres de mala vida).
El estilo en que Campusano trata a sus criaturas tiene algo de mito gauchesco, se podrían trazar varios paralelismos. El honor, la familia, y las costumbres, son sagradas.
Quizás algunos encuentren ideas algo anticuadas (y hasta una escena que años atrás hubiese traído muchísima polémica, de hecho una similar llevó al caso de censura más emblemático de nuestro país, y hoy pasa disimulada), pero en su esquema, funcionan.
Carlos vive para ayudar a los demás, a los desprotegidos, y aun cuando una vidente le avecina tormentas en su vida, él debe ocuparse de los otros.
"El azote" no sigue una historia lineal. Hay dos jóvenes a los que Carlos intentara sacar del barro, y eso lo llevará a enfrentarse a otro compañero que transa, ingresa droga al establecimiento. En sí, lo que Campusano hace es seguir el derrotero de este personaje, que no mira desde arriba, pertenece a la misma marginalidad a la que protege.
El cine del realizador de "Fango" nunca fue adepto a las sutilezas. Campusano trabaja con actores aficionados y la ductilidad de los mismos puede no ser la mejor, pero son naturales, frescos, y sobre todo, verosímiles en su planteo. Más allá de que la estructura de diálogos sea algo teatral (algo recurrente y buscado por el director), y no parezca real que alguien hable así, la forma en que es presentado resulta convincente.
No hay preciosismo visual, tampoco suciedad artística.
Campusano no filma para agradar visualmente, busca el mensaje directo, y no le teme a ser (muy) declamatorio. Sus personajes exponen sus ideas y sus mensajes como emblemas, con bajada de línea sin reparo. Ese es el estilo del director, para tomarlo o dejarlo, pero nadie puede decir que no es fiel a sí mismo. Kiran Sharbis, quien ya participó con Campusano en "El arrullo de la araña", es músico real, neuquino.
Su Carlos es auténtico, sin disimulo, y genera una empatía en la cual queremos verlo triunfar.
"El azote" es un Campusano 100%; no es el último film de un director que filma a pulsión, ya tiene dos películas posteriores que estrenó en festivales. Campusano tiene mucho para decir y exponer, y son pocos los que lo hacen con tanta naturalidad.