El ardor

Crítica de Marcos Rodriguez - CineFreaks

Buenas intenciones

Hay algo en las ideas, en esas frases cortas de descripción rápida, que podría hacernos creer que El ardor es una película que tiene mucho para ofrecer. Se lo define como un western ambientado en Misiones y la idea es atractiva: tomar estructuras narrativas clásicas, fuertes, y verter en ellas un contenido diferente, de latitudes distintas. Como idea El ardor funciona. Al igual que sus bellas ideas fácilmente vendibles, El ardor está compuesta por imágenes bellas, delicadas, cuidadosas, todas capturadas en la selva misionera. Sin embargo (y a pesar de una vieja y rancia idea que todavía muchos sostienen), ideas atractivas + imágenes bellas no es igual a cine.

Más allá de los aciertos o errores técnicos, del trabajo más o menos (conscientemente) acartonado de los actores, del ritmo que se estanca y el argumento que se enreda y desenreda sin una lógica estricta, incluso más allá de la enorme corrección política/ecologista que la película se esfuerza por promover, el problema de El ardor es mucho más amplio, más vago y probablemente sea anterior al momento de rodaje. El problema de El ardor es el tono. O, para ser más precisos, el problema de El ardor es el tono grave, serio, muerto que todo el tiempo parecería estar buscando y que en cierta forma encuentra. No se trata de una película fallida sino, simplemente, de un proyecto de aires estancados.

El primer y más evidente componente de este tono es el fantasma del western. Muchos consideran (o consideraron) que el western es el género cinematográfico por excelencia y, con el correr de las décadas, ha quedado indisolublemente asociado al Hollywood clásico (en buena medida también porque es uno de los géneros que casi no sobrevivió al paso hacia el cine moderno). Como parte del Hollywood clásico, el western es un género fuertemente narrativo. Pero es también, fundamentalmente, un género que trabaja con estructuras de lo mítico, con conceptos y espacios abiertos, amplios, pretéritos. Hoy ya no vemos el western (o, por lo menos, a sus mejores exponentes) como un producto en la cadena mercantil que era Hollywood sino como un esfuerzo por construir un relato mítico y fundacional del pasado. Todo eso supo ser el western, y bastantes cosas más.

¿Cuál es la idea, entonces, de retomar esas empolvadas estructuras y aplicarlas a Misiones hoy? ¿Es el argumento de El ardor el argumento de un western? Posiblemente. El cambio en la ubicación geográfica es importante pero no limitante: la vastedad de la selva podría equipararse con la vastedad del Lejano Oeste. El cambio de tiempos sí resulta más revelador. El western clásico (y el spaghetti, ya que estamos) se ambientaba en un tiempo pretérito, ya cerrado, y trabajaba con los componentes que habían sido la base de la construcción de un país.

El ardor transcurre en un tiempo no demasiado específico, pero sí por lo menos contemporáneo. Para sortear la dificultad de hablar de elementos míticos en un tiempo contemporáneo, la película recurre a dos elementos: por un lado, el misticismo vagamente indígena y por otro, la conciencia social/ecológica del espectador. Los malos de la película son malos no porque sean mitológicamente malos (que también lo son) sino porque están destruyendo la selva misionera para crear terrenos de cultivos para no se sabe cuál multinacional mitológicamente mala. Ambos elementos pueden resultar un poco forzados narrativamente, por su vaguedad y, sobre todo, porque suponen elementos extracinematográficos que la película no construye pero sí da por supuestos. Esto le quita contenido a la propuesta.

Por otro lado, hay un claro problema en la forma en la que la película intenta absorber este fantasma del western. Si las viejas películas del Oeste trataban temas míticos, lo hacían siempre desde la acción y desde un tono seco. El ardor, sin embargo, asume esa sequedad como obligación genérica (dentro de un contexto en el que no está bien trabajada) y sobre ella agrega además todo el peso de un supuesto tono mítico explícito (sobre todo en el personaje interpretado por Gael García Bernal).

El resultado es una película que parece construida con bloques de granito en lugar de con elementos vivos. Todos los elementos están ahí, pero ni por un momento podemos llegar a creer que esos personajes son seres vivos, que ese espacio está en peligro, que hay una acción o que existe la ley de causalidad en el universo que propone esta película. Todo está dispuesto desde el primer segundo. Nadie habla o vive en este espacio como podría vivir un ser humano. El interés de la película se aplasta desde los primeros segundos.