El árbol de la vida

Crítica de Laura Osti - El Litoral

En busca del sentido de la vida

“El árbol de la vida” refiere directamente a una figura alegórica que alude a una cosmogonía y es lo que pretende llevar a la pantalla cinematográfica el director Terrence Malick. Para ello toma como eje la vida de una familia típica estadounidense de los años ‘50. Esa estructura básica que representaba en aquel momento el ideal del sueño americano: padre, madre, hijos, casa, trabajo, esfuerzo, más educación, cultura, ciencia, innovación...

Todas esas características están reunidas en el hogar del señor y la señora O’Brien en la pequeña ciudad de Waco.

El film comienza con una cita bíblica del libro de Job (“¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia”) y a partir de allí, empieza a desarrollarse una historia narrada de manera fragmentaria, con saltos permanentes en el tiempo y también en el lenguaje, el discurso. Así como a veces prefiere la voz en off, que expresa los pensamientos de alguno de los personajes, en otros momentos utiliza escenas cargadas de significado simbólico, con fuerte apoyo de la banda sonora, y en otras ocasiones apela a imágenes oníricas (con mucho soporte tecnológico).

En casi 140 minutos, Malick pretende dar su visión acerca de una manera de entender la vida, desde sus orígenes. En el subtexto está la concepción judeo-cristiana y particularmente hace hincapié en las dos opciones básicas que se le presentan al ser humano a lo largo de su existencia, como una constante: la necesidad de elegir entre seguir a la naturaleza o inclinarse por una vida signada por la gracia.

Para ilustrar este punto de vista, toma a la familia como lugar central donde se va a manifestar esta eterna cuestión, ya que simboliza la organización básica donde se reúnen las condiciones que la vida impone: sujeción a la naturaleza con sus ciclos vitales y a la vez búsqueda de trascendencia, mediante el trabajo, la cultura, el arte y la religión.

El señor O’Brian no solamente es habilidoso para todo tipo de oficio técnico sino que además gusta de la música clásica y toca el piano. Tiene ambiciones y busca progresar en la vida en base a ideas y proyectos propios. Es sumamente riguroso en la educación de sus hijos y la disciplina del hogar. En tanto que su esposa es una mujer casi etérea, dulce, cariñosa con los niños, una perfecta ama de casa. Pero Malick pone el acento en cierta violencia apenas contenida en el marido, como rasgo aparentemente propio de los machos de la especie, lo que vuelve difícil, al fin y al cabo, el mantenimiento de la armonía del hogar.

Es así que el relato va mostrando distintos momentos de la vida de la familia en la que se esboza esa idea básica donde la naturaleza colisiona con otros aspectos como los sentimientos, la moral o incluso el bienestar, en busca siempre de nuevas experiencias, nuevos horizontes, ir más allá de lo ya conocido.

Un lugar en el mundo

En ese marco, tiene especial significado la rivalidad entre el primogénito y el padre, y también los celos y la competencia entre los hermanos, ya sea por quién es más fuerte o por quién es más querido (el viejo asunto entre Caín y Abel).

La tragedia, precisamente, estará presente desde un primer momento, a partir de la cual se irá hilvanando la mirada que va hacia el pasado, como buscando una explicación, y en el presente, cuando el hijo mayor ya es un hombre adulto y parece querer interpretar, darle un sentido a su vida y encontrar un lugar en el mundo.

Se trata de una ambiciosa propuesta de Malick, quien tal vez no está del todo a la altura del desafío, pero que aún así logra momentos interesantes, acompañado de grandes actores como Brad Pitt, Sean Pean y Jessica Chastain, menos conocida pero de digna actuación. Y una mención especial merecen los niños, puesto que son lo más genuino que ofrece esta película.