El aprendiz de brujo

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Hollywood en castellano

Seguimos “disfrutando” de los filmes familiares hollywoodenses en el idioma equivocado

Jerry Bruckheimer, exitoso productor de Enemigo público y Pearl Harbor entre otros filmes, prácticamente una marca registrada en el cine mundial, fracasa por segunda vez en la taquilla norteamericana, en el mismo año. Le pasó primero con El príncipe de Persia-las arenas del tiempo, y ahora con El aprendiz de brujo. Ambas tenían como objetivo iniciar franquicias, es decir, ser las primeras entregas de varios filmes más, pero les va a ser muy difícil conseguir los avales para eso. En los dos casos también se buscaban repetir modelos que habían sido exitosos antes: el primero poseía una construcción que ambicionaba emular a la saga de Piratas del Caribe, mientras que el segundo repetía estrella y director de La leyenda del tesoro perdido.

Sin embargo, antes que recreación del mismo espíritu, sólo hubo una repentización de mecanismos similares, sin un enfoque propio, sin una búsqueda particular para el género de aventuras. En el caso de El aprendiz de brujo, basada en el corto incluido dentro de Fantasía, da la impresión de que se creyó que bastaba con volver a juntar a Jon Turteltaub con Nicolas Cage. El problema pasa porque tanto el realizador como el actor se han caracterizado por ser siempre figuras que necesitan un relato fuerte que los respalde y contenga. Si no, Turteltaub no posee talento para la puesta en escena ni Cage carisma suficiente como para remontar potenciales deficiencias.

Y en verdad, ninguno de los guionistas involucrados en este filme tiene la idoneidad y la aptitud de Ted Elliot o Terry Rossio, quienes estaban detrás de la historia de National treasure. De ahí que nos encontremos con una trama que arranca contando todo muy pero muy demasiado rápido, como si la estuviera apurando no se sabe quién; que luego va presentando algunos personajes más o menos sugestivos, y otros bastante irrelevantes; que combina algunos conceptos e ideas interesantes con otros que son puro relleno; que no ofende a nadie pero tampoco aporta algo realmente estimulante, que prenda en el espectador.

En el medio tenemos a un Jay Baruchel (una de las revelaciones en Ligeramente embarazada y Una guerra de película) que como aprendiz que va descubriendo sus poderes y real protagonista de la película se las arregla para llevar cualquier diálogo a buen puerto y hasta ser un héroe creíble; una chica llamada Teresa Palmer que se dedica a ser muy linda y no mucho más; un Cage contenido que por suerte deja de lado las monigotadas; a Monica Bellucci y Alfred Molina haciendo sus papeles de taquito; a un director filmando todo como corresponde, entregando buenas secuencias de acción, manejando los efectos especiales de forma óptima, pero sin apartarse jamás del libreto. Porque eso es en su conjunto El aprendiz de brujo: un filme que jamás se aparta del libreto, que entrega lo que prometió, que nos lleva por el camino de construcción del héroe según las pautas preestablecidas, sin defraudar nunca. Eso sí: se muestra incapaz de elevarse por encima de la media y no sorprende en lo más mínimo. Es tan mecánicamente correcto que a uno hasta le dan ganas de ver alguna falla ostensible o de percibir cuestiones enojosas.

La que tampoco se apartó del libreto fue la distribuidora Disney, que una vez más lanzó una gran cantidad de copias, de las cuales la inmensa mayoría son dobladas al castellano. Si uno quiere verla en el idioma original con subtítulos, más le vale que tenga horarios nocturnos y que le queden determinados –y selectos- cines cerca, porque si no está frito. De hecho, en Mar del Plata sólo puede verse la película en castellano.

Pero no sólo hay que agradecerle a la Disney: las autoridades gubernamentales son asimismo responsables por no establecer normas y controles igualitarios para que el espectador tenga derechos y posibilidades adecuadas de elección a la hora de disfrutar un filme. Si seguimos así, vamos a terminar como México, cuyas autoridades llegaron a la estupidez de otorgarle al doblaje una justificación nacionalista, como si al ver pelis en castellano a uno se le elevara el amor por su patria. Gente, a un país hay que amarlo por las razones correctas.