El aprendiz de brujo

Crítica de Diego Faraone - Denme celuloide

Cátedra de ineptitud

¿Qué es esta bazofia? ¿Y por qué será que estos tanques infumables todavía tienen cabida en la cartelera montevideana? El aprendiz de brujo vendría a ser el refrito cuadragésimo octavo de una inacabable serie de películas de batallas milenarias entre el bien y el mal, profecías que auguran el fin del mundo y que están a punto de concretarse –en el medio de la Nueva York actual, naturalmente- y un nuevo e inesperado mesías que apareció para salvar al mundo. Todo aderezado con un humor infantilizante de golpe y porrazo, enfrentamientos múltiples y efectos especiales millonarios, y todo sin una pizca de imaginación.

No es solamente que la película carezca de energía y corazón, que la banda sonora sea espantosa, que la trama sea predecible en su totalidad, que Nicholas Cage esté impresentable, que su aprendiz (Jay Baruchel) se crea carismático pero despierte instintos homicidas, que las escenas de acción sean pura rutina y que las dos tramas románticas tengan menos química que una visita al gastroenterólogo. El mayor problema es que no debe haber ni una línea de diálogo que no sea un bochornoso cliché. Ejemplos aislados: “¿Has oído que las personas sólo usan el 10% de su cerebro?; los hechiceros son muy poderosos porque son capaces de usar toda la fuerza de su cerebro.”; “los civiles no deben saber que la magia existe”; “no controlarás la magia si no aprendes a controlarte a ti mismo, tienes que dejar de preocuparte y empezar a creer en ti”; o ese sufrido “tú no sabes lo que es vivir un infierno”. Y lo peor es que todas estas frases se pronuncian en tono sentencioso y grandilocuente, como si fueran originales, reveladoras e insustituibles.

Las referencias a otras películas son de perogrullo, hay al menos tres referencias a Star Wars que pretenden ser guiños para entendidos, y otras tantas solapadas que más bien parecen obedecer a una radical falta de ideas. Hay un accidentado embrujo a escobas y trapeadores igual que en Fantasía o La espada en la piedra. Los magos se tiran bolas de plasma a lo Dragon Ball, hay un hechizo maligno final que resucita muertos como en Hellboy 2, al igual que en Matrix el elegido desarrolla poderes por fuera de los contextos imaginables. El director Jon Turteltaub quizá no sea el peor director hollywoodense de la actualidad -Michael Bay construyó una gran escuela de ineptos- pero sí uno de los más burocráticos: difícil recordar alguna escena de sus películas Fenómeno, Instinto o El chico.

El problema con El aprendiz de brujo no es que sea defectuosa por donde se la mire, sino que además tampoco se vuelve divertida por ser tan mala. Es involuntariamente aburrida cuando pretende entretener, y al ser pura monotonía y repetición, no tiene nada que pudiera llamar la atención a un adulto. Quizá algunos niños queden encandilados con tanto derroche en fuegos de artificio, pero difícilmente guarden en sus memorias algún fragmento de este monótono pastiche.