El amigo alemán

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Un relato repleto de historia

Hay tantos elementos históricos, emocionales y generacionales en El amigo alemán que hacia el final del film dirigido por Jeanine Meerapfel cuesta identificarlos, recordarlos. Todo comienza en la década del 50 en la Argentina, cuando Sulamit, una nena hija de alemanes judíos, entabla una amistad con Friedrich, su vecinito de enfrente, hijo de alemanes con pasado de criminales nazis. La historia de Capuletos y Montescos, con sus peculiaridades históricas e interesante carga dramática, habría alcanzado para toda la trama, pero la directora eligió ampliar el espectro y sumar ingredientes que terminan por desdibujar su interesante mirada, esa que aparece en los pequeños detalles sobre la distante, pero concreta convivencia barrial entre los sobrevivientes del Holocausto y sus perpetradores y la sutil exposición sobre esa primera generación de hijos nacidos en la Argentina aunque anclados en el país -y el pasado- de sus padres.

En el contexto de golpes de estado en la Argentina, revueltas estudiantiles en Alemania y persecuciones políticas en ambos países, la historia de amor entre Sulamit y Friedrich avanza. Al menos en lo que respecta al personaje que interpreta Celeste Cid con la suficiente solvencia y sensibilidad para que resulte tan creíble como adolescente y como mujer de mediana edad. Menos logrado es el Friedrich a cargo del actor alemán Max Riemelt, que debe remontar un personaje que carece de dobleces. Sus convicciones políticas, fogoneadas por la culpa de ser quien es y los conflictos de identidad, lo transforman en el menos romántico de los héroes románticos. Así, las situaciones dramáticas que sufren los personajes centrales de El amigo alemán no llegan a traducirse en escenas igual de profundas.