El agua del fin del mundo

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Dos hermanas en situaciones límite

La opera prima de Paula Siero se mete en la intimidad de dos jóvenes, con sus conflictos particulares, y elude caer en miserabilismos y momentos de alto impacto. El culto a la amistad en un contexto adverso y sin demagogia.

Como ocurre en determinadas películas, la opera prima de Paula Siero manifiesta sus virtudes no sólo por lo que es, sino también porque evita caer en lugares comunes y estereotipos banales. Es que la historia de convivencia de las hermanas Adriana (Diana Lamas) y Laura (Guadalupe Docampo) parte de contrastes muy marcados y de tramas peligrosas: la primera enferma, la segunda que sostiene la frágil economía de la casa, una cerca de los 40 años, la otra más joven y responsable de aquello que la rodea. Con semejantes materiales, Siero se mete en la intimidad de las hermanas y en sus conflictos particulares, con diálogos que transmiten una gran honestidad, sin recurrir al miserabilismo de ocasión y a los momentos impactantes que buscan el conformismo fácil del espectador. Encerrada con su débil salud, Adriana desea conocer Tierra del Fuego, acaso como si se tratara de un último viaje; en tanto Laura, que trabaja en una pizzería por supervivencia, hará todo lo posible para cumplir el anhelo de su hermana mayor. Entre un ida y vuelta que describe y construye dos personajes de opuestas características (pero también, complementarias), a Siero se la intuye cómoda con su inquieta cámara que registra los mínimos gestos de las dos protagonistas. En paralelo a esta relación, surge Martín (Facundo Arana), músico de calle, borrachín y sobreviviente, que modificará las conductas de las hermanas.
Y es allí donde El agua del fin del mundo también cambia su mirada: el retrato de la marginalidad en pose que encarna Martín resuena forzado, demasiado invasivo para el sincero realismo que caracteriza la relación entre las dos hermanas. Son los momentos donde la película apunta al deseo sexual de Mariana y Laura frente a ese artista solitario, casi mudo, desprolijo, mirado como el último Adonis en versión lumpen. Sin embargo, frente a esas escenas que traslucen por su prolijidad un tanto fashion, Siero se la juega por el culto a la amistad dentro de situaciones límite. En este punto, aparecen secundarios de peso: la tía de las protagonistas, su cálido pretendiente, el experimentado dueño de la pizzería al que Mario Alarcón con dos o tres apariciones construye como personaje. Tema peligroso como pocos en el cine argentino, la amistad y al altruismo frente a circunstancias inesperadas, tampoco ahí la película cae en el corsé del naturalismo televisivo y de la demagogia complaciente.
Mariana y Laura, por lo tanto, son los personajes centrales, y cuesta imaginarlas sin los protagónicos de Diana Lamas y Guadalupe Docampo, ambas excepcionales en sus comprometidas y trabajadas composiciones actorales.