Dredd

Crítica de Lucas Rodriguez - Cinescondite

Brutal. Agresiva. Sucia. Sangrienta. Todo calificativo obsceno le encaja perfectamente a Dredd, la nueva re-imaginación del popular cómic inglés que nada le tiene que reprochar a la burda e inservible versión del '95 protagonizada por Sylvester Stallone. En este caso, el talento británico del director Pete Travis y el excelente guionista Alex Garland se combinan para generar una película corta en imaginación pero fuerte en impacto visual, que hará las delicias de todos aquellos que busquen una opción bien radical de acción en las salas.

¿Futuro apocalíptico? Presente. ¿Ciudadanos descontrolados? Presente. ¿Drogas de diseño? Presente. ¿Autoridades extremas? Presente. Si bien la trama de Dredd no deslumbra por su originalidad ni por su inteligencia, constituye un buen ejemplo de que, cuando las piezas se ordenan para ofrecer un festín de acción y sangre lineal y bien conducido, no hacen falta más elementos de los que ya uno se sabe de antemano. El férreo e inflexible juez Dredd es encomendado a solucionar un triple homicidio en uno de los edificios-ciudades más hostiles de la zona y debe llevar a su cargo a la novata jueza Cassandra Anderson para una prueba en vivo y en directo. Claro, lo que parece una rutina más en esta castigada ciudad se convertirá en el eje principal de la película, con ambos escalando hasta lo alto del rascacielos Peach Trees para acabar con la sádica Ma-Ma, la dueña del cartel de droga más prolífico de Mega City One.

Como si de un videojuego se tratase, el dúo de la Ley deberá llegar hasta la cima, pasando por encima de todos los secuaces enviados a llevar sus cabezas en una bandeja hasta su jefa. Varias secuencias de acción se suceden, en las que la intensidad nunca frena y presentan una violencia inusitada e inesperada también. Dredd no perdona a nadie y la platea sabrá apreciar ese toque de negra ironía que el personaje presenta. El guión de Garland es conciso y se desliza suavemente a la acción, y la dirección de Travis está cargada de adrenalina y se deja ver muy bien -nunca las secuencias a cámara lenta estuvieron más que justificadas que en esta película-, pero el imán es sin duda alguna la interpretación de Karl Urban en el papel del incorruptible Dredd. El personaje nunca se saca el casco en toda la película, pero a Urban le basta con gesticular con la boca y jugar con una voz á lá Clint Eastwood para transmitir toda la potencia que este se merece. Olivia Thirlby se nota muy a gusto como la aguerrida y a la vez vulnerable novata Anderson, quien ayuda en más de una situación con sus extraordinarios poderes psíquicos. También no hay que dejar de lado a Lena Headey, cada vez más en confianza con papeles villanescos, y en esta oportunidad le toca darle vida a la despiadada prostituta Ma-Ma, una mujer de armas tomar (¡y qué armas!).

Algo que muchas re-imaginaciones tienen es el hecho de querer crear una mitología expansiva del personaje principal en cuestión; en Dredd eso no sucede, sino que es simplemente un día en la vida del Juez más rudo de la ciudad y nada más. Quizás más adelante se pueda continuar eso, pero como una historia repleta de humor negro y sadismo violento ya sirve para dejar satisfecha a una platea que, cual circo romano, festejará cada chorro de sangre salpicado y cada bala disparada viajando a través de la carne, músculos y masa cerebral. El 3D aumenta mucho la sensación de profundidad y de encierro a la vez, además de extender soberbiamente los efectos de la hermosa pero letal droga Slo-Mo.

Dredd es lisa y llanamente un espectáculo visual y presenta una de las películas de acción más violentas del año. Es entrar a la sala, apagar el cerebro y disfrutar de la balacera (en diferentes calibres y tamaños) que presenta el agente de la Ley más justiciero de los últimos años. Un placer sangriento por donde se lo vea.