Dragon Ball Z: La resurrección de Freezer

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Ochocientas mil más se pueden hacer de Dragon Ball Z. ¿Por qué no? Hace dos años tuvimos el estreno de “La batalla de los Dioses” que llevó casi 400.000 espectadores en la Argentina, lo cual da cuenta de la masividad de los seguidores, entre los de la primera época y los actuales.

Es más, con tanto universo escrito, dibujado y filmado durante tanto tiempo en este Manga / Animé Japonés, no es raro mirar hacia atrás a ver si se encuentra algún cabo suelto como para exprimir un poco más la franquicia en la multi-juguera de la boletería. Incluso si, como en este caso, nadie se molesta en explicar nada de lo anterior. Se asume que los espectadores de Dragon Ball ya saben todo, y quien se declare novato en la materia deberá ver horas y horas de serie televisiva y las películas anteriores.

Hasta ahí, todo es válido. Son las reglas del juego. Todo bien. El problema es cuando se pasa del otro lado. Cuando se rompen los propios códigos, no de la saga, sino de la escritura de un guión. Es decir, es de esperar que un seguidor pueda agigantar sus expectativas al grito de: “¡UH ¿¡Resucita Freezer?!” Pero el tema es la forma. Tomarse el trabajo de no tomarle el pelo a nadie. Si la idea es jugar al vale todo, y no importa ya ni siquiera cuidar a los fans, entonces “Dragon Ball Z: La resurrección de Freezer” es una buena muestra.

Ya sabemos que juntando siete bolas de dragón se puede convocar a dicho lagarto para pedir un deseo. El que usted quiera. ¿Quiere que no se corte la luz en invierno? Se lo pide al dragón. ¿Qué la FIFA sea un ejemplo de buena moral y honestidad? Al dragón. ¿Qué haya debate de candidatos a presidente? Al dragón. Y si se es creador y guionista de Dragon Ball y no se le cae una idea en años, puede pedirle al dragón que resucite algún villano del que no se acordaba nadie. Y lo cumple ¡eh! Aunque el villano haya sido seccionado a espadazos como bofe para alimentar gatos, él escupe-fuego se lo resucita sin eufemismos. Así pasa con Freezer. Y anda rabioso el malandra porque condenaron a su alma, atrapada en un capullo, a observar y escuchar a cuatro muñecos de peluche tocar una melodía de calesita una y otra vez por toda la eternidad (¡¿Qué?!).

Este capricho de guión arbitrario, indiferente a la historia, e inescrupuloso con el bolsillo, es la excusa para el resto de una trama llena de acción de la que van a buscar los fans, efectos de sonido sobre expuestos y situaciones de pelea interminables en las cuales el único daño que provocan los contendientes es al intelecto del espectador.

Difícil saber si “Dragon Ball Z: La resurrección de Freezer” será aceptada entre su propia gente; lo que sí es seguro es que el sentido común hay que dejarlo en la puerta del cine y pasarlo a buscar a la salida.