Dragon Ball Z: La batalla de los Dioses

Crítica de Fernando López - La Nación

Bills, el dios de la destrucción del séptimo universo (cada universo tiene uno) se despierta de un largo sueño de 39 años y nadie lo celebra más que Goku, el famoso alienígena saiyajín criado en la Tierra que ahora, cuando la infinitamente temible divinidad lo desafíe, tendrá un rival poderoso con el cual medir fuerzas. No le va a ir demasiado bien en un principio y tendrá que ingeniárselas para darse el gusto de enfrentarlo de dios a dios, ya se verá cómo.

Así tiene que ser porque de eso de las terribles batallas que amenazan con la destrucción de la Tierra y de todo lo que el héroe debe afrontar para evitarlo, se tratan los episodios de Dragonball Z , la popularísima serie nacida del manga de Akira Toriyama, cuyos fanáticos han tenido que esperar un tiempo que les habrá parecido igualmente excesivo para encontrar en los cines una versión del fantasioso animé con el que han crecido.

La espera puede haber valido especialmente la pena, ya que en este caso se trata de la primera vez que el propio Toriyama se involucró directamente en la adaptación. Y además, si se tiene en cuenta el éxito arrasador que la película experimentó en Japón desde su estreno en mayo último, puede preverse similar reacción por parte de la extensa tribu de fanáticos argentinos del animé en general y de Dragonball en particular. En ellos, en los chicos y sobre todo en los que ya no lo son tanto, pero han seguido fieles a la franquicia (el manga se publicó entre 1984 y 1995) y a todo lo vinculado con ella hasta bien pasada la adolescencia, habrán pensado los realizadores. Y habrán acertado a juzgar por la ruidosa reacción de una platea expectante que bramó, celebró y aclamó desde mucho antes que comenzara la proyección y especialmente cuando Mario Castañeda, el actor mexicano que le ha puesto la voz a Goku en todos estos años, se hizo presente en una función avant-première realizada en el Cinemark Palermo el domingo por la mañana. Hubo aplausos, gritos, risas y toda clase de manifestaciones de aprobación durante la escasa hora y media de proyección, con los clásicos trazos de la animación japonesa, los colores estridentes, los fantásticos combates y los bombazos de la banda sonora que se esperaban. Un verdadero entendimiento entre el producto expuesto en la pantalla y sus fervorosos consumidores. La gran tribu, feliz.

Todo un fenómeno. Claro que se trata de uno más merecedor del análisis de los sociólogos que del comentario de un cronista de cine.