Dos son familia

Crítica de Fernando Sandro - Alta Peli

Un padre ¿Ejemplar?

Allá por fines de 2013, No se aceptan devoluciones explotó alrededor del mundo entero convirtiéndose en un inesperado éxito de taquilla, causando opiniones muy divididas, y catapultando a la fama a su director, guionista y protagonista Eugenio Derbez. Muy probablemente un fenómeno sólo equiparable en los últimos tiempos a la española Ocho apellidos vascos.

No hay que ser muy avispados para saber que este tipo de taquillazos acarrean la sobre-explotación del producto. Sobre-explotación que suele venir disfrazada de remakes o nuevas versiones, realizadas en otros países que intentan imponer idiosincrasia e idioma propio a la obra ya realizada.

Este es el caso de Dos son familia, una película que, si bien marca algunas diferencias respecto de la original, carece de espíritu personal, y recae en errores propios.

Samuel (Omar Sy) regentea la parada playera propiedad de Samantha (Clémentine Célarié). Alcanzan unos pocos minutos para saber que el hombre vive de la noche y de la farra, que no toma responsabilidades, y que posee el carisma necesario para engañar y meterse a todos (o a todas) en el bolsillo.

Una mañana llega Kristin (Clémence Poésy) con una bebé a cuestas, Gloria, y la abandona en brazos de Samuel, diciéndole que es su hija. Desesperado, Samuel corre a ubicar a Kristin. Pero hay un detalle: Kristin huyó a Londres.

Solo, desamparado y con una bebé sobre sus espaldas, Samuel inicia una nueva vida en la capital inglesa transformándose en un padre devoto.

Sucesos inexplicables:
¿Pasará Samuel por las penurias propias de quien se encuentra en un país ajeno, sin dinero, sin vivienda, hablando otro idioma, y con una bebé para alimentar? Por supuesto que no; porque el guion (que entre original y adaptación incluye a ocho personas) no para de lanzar arbitrariedades. Así, casi al bajar del avión se cruzará en su camino con Bernie (Antoine Bertrand), productor de televisión, gay, creador de una exitosa serie de acción, y tan confiado como para llevarse a vivir con él a un indocumentado y una bebé a los que conoce hace cinco minutos. En fin.

Otro par de sucesos inexplicables desde la lógica, y la bebé se transforma en una niña (Gloria Colston) muy avispada y con muchísima suerte. Su padre, que ahora es doble de riesgo del protagonista de la serie que produce Bernie, se olvidó de ser el hombre que saltaba de cama en cama para ser un padre pendiente de rodear de lujos y conformidad a su hija.

Prácticamente Gloria no conoce la tristeza, salvo por reclamar a su madre esporádicamente. Tampoco conoce la verdad sobre su progenitora, a la que cree una espía internacional gracias a las mentiras de su padre. Mentiras que se complicarán cuando Kristin, de la nada, reaparezca.

Cambios, para bien y…
Dos son familia es remake directa de No se aceptan devoluciones, aunque en realidad podría también estar basada en cualquiera de estas películas sobre hombres que deben afrontar una paternidad desconocida, desde Un papá genial a Un giro del destino. Quizás, a sabiendas de que la original presentaba algunos problemas, en su versión francesa intentan repararlos: si bien parcialmente lo consiguen, terminan recayendo en otros iguales o hasta peores.

El principal conflicto de No se aceptan devoluciones era su final. Sin spoilear ni uno ni otro, Dos son familia intenta hacerlo más ligero, ir diluyéndolo, pero lo conduce de un modo abrupto aún para los que ya sabemos qué va a suceder. El cambio de clima, lejos de ser paulatino, es de una escena a la otra, sin darnos tiempo a asimilarlo ni a que el film lo tome como lo que realmente sucedió.

Omar Sy no es Eugenio Derbez y -por más chocante que nos caiga el estridente mexicano- hay una diferencia entre ser comediante y un actor que hace comedias. Dos son familia carece de comicidad, es empalagosa, superflua y tremendamente irreal. Se basa menos en las peripecias de un padre inexperto que en la vida de una niña que parece estar viviendo dentro del mundo de Cris Morena.

Desde la casa en la que viven (similar a un parque de diversiones) hasta todos los hechos que suceden alrededor de Samuel y Gloria, no hay ni la menor intención de hacerlo creíble. Todo debe asumirse como “es la magia del cine”, con personajes llenos de buenas intenciones y en el que las necesidades económicas son palabras de otro lenguaje.

Hablando de lenguaje, Dos son familia encuentra otro embrollo en su faceta de co-producción: desarrollar su acción entre dos países de idiomas diferentes. Samuel nunca aprende a hablar inglés. Sin embargo a veces los interlocutores ingleses le entienden, y a veces no. Del mismo modo, a veces él necesitará de Gloria como traductora y a veces entiende clarito lo que le dicen en inglés. Ah, y como Gloria Colston (que no tiene ni un poco del carisma de la nena original) habla con acento yanqui, le encuentran una excusa muy poco creíble para que hable inglés con ese acento sin jamás haber ido a Estados Unidos.

Conclusión:
Dos son familia intenta llevar a Europa una historia nacida en el mundo latino como la de No se aceptan devoluciones. A pesar de mejorar (en algunos aspectos) el asunto del final y destinarle un mayor presupuesto para que la historia parezca más internacional, tropieza con un sin fin de arbitrariedades, un mundo que le es ajeno, una poco inspirada interpretación de sus protagonistas, dirección en piloto automático de Hugo Gélin, y demasiados problemas idiomáticos mal resueltos. Problemas que, aún en los peores ejemplos, los originales terminan siendo mejores.