Dos disparos

Crítica de Pablo Martinez - La mirada indiscreta

A todo y nada

Rejtman llega con una nueva locura más de diez años después de su última ficción, Los guantes mágicos. Y lo hace en grande, sin defraudar, y dando mucha tela para cortar. Es que Dos Disparos tiene tantos condimentos dramáticos como herramientas para continuar definiendo el universo de uno de los mejores realizadores de la historia de la cinematografía local, si se le permite tamaña afirmación a este servidor.

La película comienza con lo que podría ser el punto de partida para un drama muy oscuro (Mariano se pega dos tiros, uno en la cabeza y el otro en el estómago, pero no logra quitarse la vida) en el que el director de Silvia Pietro y la magistral Rapado puede volcar su mirada hacia la familia y el lugar de los jóvenes en la sociedad. Pero en vez de eso, el guion toma virajes insospechados hacia digresiones que se celebran tanto por el tono logrado como por la sucesión de gags infalibles que convierten la propuesta en una comedia ácida y parca. Le guste o no al director.

Como en todas sus películas, Rejtman nunca busca deliberadamente hacer reír, pero pareciera ser como si la comedia lo buscara a él y no al revés. En ese caso, Dos Disparos es un nuevo afortunado encuentro entre el director y sus más particulares formas de filmar y narrar, así como la construcción de personajes únicos, y la película se disfruta por completo a pesar de su extraño guion que parece no dirigirse a ninguna parte.

Es que todos los que conocen el cine de Rejtman saben que este no está tan interesado en contar historias sino más bien ilustrar universos concretos en los que funciona un sistema de personajes que no podrían ser inscriptos en ningún otro lugar o situación. Así, los ensayos de un cuarteto de flauta, las vacaciones a la costa de tres mujeres que apenas se conocen, o tres jóvenes viendo un compilado de goles de Independiente mientras fuman un porro, son climas completamente cotidianos en el imaginario que construye el director de Entrenamiento elemental para actores.

A lo largo de la película, la historia se conecta con situaciones planteadas al comienzo, se funde en paréntesis injustificados (pero disfrutables), se pierde siguiendo a un personaje secundario que no tiene ninguna incidencia con la trama principal (¿acaso hay una, más allá de lo que proponga un intento de sinopsis o el mismo título?), e incluso hasta algunos planos son excesivamente extensos. Pero nada de eso es exceso para Dos Disparos, sino al contrario. Cuesta imaginar otra forma en que Rejtman podría contar una historia tan rara e inclasificable.

Si este cineasta no fuera el autor de verdaderas genialidades como Rapado o Silvia Prieto, con las que marcó la tónica del Nuevo Cine Argentino, incluso hasta quizás fundándolo con su ópera prima, este tour de force bien podría ser considerado como su obra más ambiciosa y extravagante, un acontecimiento en la cinematografía local. Pero sin buscar mayores pretensiones, simplemente pongámosla en la lista de ocurrencias de un tipo con una mente única y al que le rogamos siga filmando más seguido.