Dos disparos

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Comedia extrañísima de autor singular

Al final de Nueve reinas, Marcos (Ricardo Darín) terminaba derrumbado frente a un banco. Al empezar El aura, el taxidermista (Darín) empezaba en el piso de un banco. Al final de Los guantes mágicos -el largometraje de ficción anterior de Martín Rejtman, de 2003- Alejandro (Vicentico) terminaba bailando solo en una discoteca. Cuando empieza Dos disparos vemos a Mariano (Rafael Federman) en una discoteca, bailando solo. Fabián Bielinsky y Rejtman, conectados. Sus obras, claro, son muy distintas, pero estos dos directores tienen en común una notable autoconciencia: para ellos, cada elemento del relato es pensado hasta la obsesión y dispuesto de forma tal que incluso cuando filman el azar todo parece necesario, planeado, exacto.

Rejtman, apellido fundamental de la renovación del cine argentino, construyó su poética particular, su estilo fílmico con dos mediometrajes (Doli vuelve a casa, el codirigido Entrenamiento elemental para actores), un documental (Copacabana) y cuatro largos de ficción (Rapado, Silvia Prieto, Los guantes mágicos, Dos disparos). Y cualquier fragmento de Dos disparos, Silvia Prieto o Los guantes mágicos contiene las coordenadas de su cine. Los modos del cine de Rejtman son absolutamente irrenunciables: en unos pocos minutos impone con claridad su personalidad como director.

Rejtman es un cineasta obsesivo y también un escritor obsesivo. Los elementos que pone en juego -en la literatura y en el cine- son elementos controlados, elementos que maneja y dispone con total dominio. El "toque Rejtman" quizá consista en hacer un cine de perpetuo movimiento que parece constituirse y regenerarse una y otra vez desde la aparente quietud. El disparador puede ser una persona que se llama igual que otra, una muñequita, un coche viejo, un saco, una moto.

El disparador de esta película es, justamente, el título: los dos disparos que se inflige Mariano en su casa suburbana, un día de mucho calor. Elipsis. Mariano no muere. Mariano y su familia (su hermano y su madre) son los personajes a partir de los cuales Dos disparos despliega otros. Las conexiones parten de un correo electrónico, de un local de comidas rápidas, de un perro perdido, de viajes a la costa (que parecen acelerar y multiplicar las conexiones), del aprendizaje y la práctica de flauta en cuarteto. Rejtman empieza con la posibilidad de una muerte y se aleja de toda tragedia, de todo tono mayor o grave.

La lógica conectiva domina la película, no los personajes o el protagonismo relativo de uno u otro. Las actuaciones son todas perfectas y exactas, pero es casi ocioso decirlo: no pueden no serlo en un modelo de cine como el que plantea Rejtman. Personajes y actores circulan hasta que el director los aparta sin estruendo alguno. El relato pasa a tener otros centros, y quizá los centros reales del film sean los espacios físicos por los que los personajes van rotando: la casa familiar y el departamento de Ezequiel, el departamento de la costa y la inefable casa de los amigos de los recientes conocidos de la madre de Mariano. O tal vez todo se derive de qué hacer con los objetos, o del poder que tienen esos objetos: un revólver que debe dispararse, un teléfono que no puede no sonar, pizzas que hay que pedir en cantidades monstruosas, autos que deben ir una y otra vez hacia la costa.

El cine de Rejtman es un cine de una lógica ensimismada, en el que todo se conecta mediante el uso intensivo -no se puede desperdiciar un viaje, hay que compartirlo- y los acontecimientos se derivan de forma necesaria en medio de diálogos cargados de humor siempre a punto de terminar de forma inevitable e imperturbable en construcciones de absurda seriedad ("él es el hermano de la persona que cumple años"; "les pido disculpas"). Las formas de dialogar, de nombrar, de describir y de evaluar presentes en las palabras elegidas del cine de Rejtman son un artificio que crea su propio verosímil. Nada es contingente en esta comedia extrañísima de un autor singular que parece imponerse el desafío de reconstruirla cuando quiere, como en el segmento del segundo viaje a la costa: ahí Rejtman presenta personajes a una velocidad inusitada y su particular concepción del cine brilla como nunca.