Dos días, una noche

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Otro caso de enfermedad social

Cuando se trata de una película de Jean-Pierre y Luc Dardenne, hay cierto condicionamiento en el espectador, fuertemente impresionado por las experiencias producidas por sus anteriores filmes. Aquellos que irrumpieron en el ambiente del cine con una impronta propia y original, abordando temas ríspidos, desnudando realidades de la vida social contemporánea a menudo difíciles de digerir, agitando conciencias, incomodando ¿por qué no? al espectador. Los hermanos belgas elaboraron un estilo que hoy es una marca reconocida en todos lados.

En “Dos días, una noche”, vuelven a posar su mirada sobre un drama de la vida social, esta vez, concentrado en el ámbito laboral, concretamente, en una pyme que ha puesto en funcionamiento una política interna de recursos humanos bastante sui generis.

El personaje principal es Sandra, una joven mujer, casada, con dos hijos, que luego de atravesar por una depresión que la obligó a tomar licencia en su trabajo, al ser dada de alta y querer volver a su puesto, se encuentra con la novedad de que a sus compañeros les han otorgado un bono por realizar horas extra durante su ausencia, y ahora, ante la perspectiva de que Sandra vuelva, los han hecho decidir en una votación si estaban dispuestos a renunciar a ese bono para restituir a la trabajadora en su puesto.

Lisa y llanamente, la empresa los hace optar entre “bono o Sandra”. Curiosa resulta, por lo menos, esta política de personal empresaria. En algunos lugares podría considerarse ilegal. Sin embargo, el planteo de los Dardenne la presenta como si fuera una práctica antipática, eso sí, pero normal, trasladando la responsabilidad de la decisión de despedir a alguien a sus propios compañeros.

El tema del bono es un fuerte condicionante, porque se trata de empleados de bajos ingresos que se ubican en una clase obrera que, con un poco de esfuerzo y juntando varios sueldos, puede darse una vida con algunas comodidades.

El caso es que una compañera le avisa a Sandra que el jefe de personal estaría dispuesto a realizar una nueva votación, dado que algunos compañeros denunciaron “aprietes” para votar en contra de ella, y le sugiere que intente hablar con cada uno de ellos para convencerlos de votar nuevamente para evitar que la despidan.

Esto debe hacerse en un fin de semana, puesto que la votación sería el lunes siguiente.

La película se concentra en el proceso emocional, psíquico y físico que atraviesa el personaje en esos dos días y una noche, tiempo durante el cual está sometida a la presión, un poco disfrazada de apoyo, que ejerce su esposo, ante la necesidad de contar con su sueldo para solventar los gastos familiares. Y por otro lado, la exigencia de contactar con sus compañeros, uno por uno, en sus domicilios, para explicarles su situación. En ese periplo, Sandra tiene infinidad de altibajos anímicos, mientras se va encontrando con realidades complejas en cada visita que hace.

El planteo de los Dardenne, en este caso, es lo más parecido a una fórmula en la que cada situación se presenta como un dilema arquetípico, sobre todo, en el plano moral, a la vez que desnuda algunas realidades ocultas, no asumidas, que gravitan en las decisiones.

El caso es que Sandra se ve forzada a cumplir con todos los mandatos sociales, incluido el de su propia familia, para cerrar este difícil proceso. Una vez cumplido ese paso, costoso pero ineludible, recién podrá, quizás, asumir nuevas experiencias y sentirse libre para tomar otras decisiones.

Lo más interesante del film es el excelente trabajo actoral de Marion Cotillard, que se pone la película al hombro para mostrar hasta qué punto las exigencias sociales y familiares pueden afectar a una persona.