Django sin cadenas

Crítica de Rodolfo Bella - La Capital

Libertad se escribe con sangre

Con restos de la cultura popular de hace varias décadas -el ya habitual cine clase B de sus películas-, y, específicamente en este caso, el denostado spaghetti western -producto italiano que proliferó en los 60-, curiosamente, Tarantino construye una película singular, con un humor a veces siniestro y otras paródico, pero siempre cruel. En “Django sin cadenas” el tributo, homenaje o inspiración -o como se quiera denominar a las referencias al cine del Oeste producido en Italia- es notable. Allí están Franco Nero, protagonista de “Django” (1960) y actor fetiche de aquel subgénero, y “Mandingo” (1975), revoltijo posterior a “Django” en el que se mezclan las relaciones interraciales y las peleas a muerte entre esclavos. Todo eso y más -paisajes amplios, el uso del zoom, música estentórea, tipografía ad hoc- está en “Django sin cadenas”, magníficamente interpretada por Christoph Waltz (Schultz), Leonardo DiCaprio (Candie), Jamiee Foxx y, sobre todo, Samuel Jackson (Stephen), como un ser tan despreciable como su dueño, el aborrecible Candie.
Django es comprado por Schultz, un cazarecompensas, para que lo ayude a encontrar a dos asesinos. Luego, ambos continúan juntos para liberar a la esposa de Django, esclava en el campo de Candie. Con esa pequeña anécdota Tarantino es el artífice del rescate de un estilo de cine por el cual transmite su pasión y conocimiento. Y por supuesto, es violento, muy violento, como lo fueron también las dos “Kill Bill”, “Perros de la calle” o “Bastardos sin gloria”. Por un extraño procedimiento, en el que pesan el humor en medio del horror, la banda sonora, el ingenio para el reciclaje de películas y actores (Nero, Travolta y el mismo director, que aparece en un cameo), la ironía y el cinismo, Tarantino caricaturiza la violencia y la vuelve grotesca al ubicarla en un primerísimo primer plano. Y no ahorra críticas. Caen todos por igual en la picadora de carne: Stephen, el esclavo mimetizado con su dueño, y los blancos racistas, retratados como subnormales en una escena hilarante. Si hay algo por lo que se tolera el exceso de violencia de Tarantino es porque, detrás de esta anécdota, deja picando algunas ideas entre montañas de balas, brutalidad y baldazos de sangre: está del lado del vulnerable; la libertad tiene un precio, las acciones consecuencias, y la venganza es una de ellas.