Disculpas por la demora

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Reflexiones alrededor de la Justicia

Lo que parece solo una historia de desencuentro familiar va desovillando una trama que enlaza con la última dictadura.

“No jodas, Schlomo. Eso fue hace veinte mil años, ya pasó”, le dice Mariano con tono superado a su primo segundo cuando éste quiere abrazarlo después de escuchar los recuerdos de los primeros meses de exilio en Holanda, adonde había llegado con su familia gracias a una gestión de Amnistía Internacional luego de la desaparición de su padre, Samuel Leonardo Slutzky, en manos de la dictadura militar, en junio de 1977. Solos en un país lejano, arrinconados por una cultura ajena, presos de un idioma al principio indescifrable, Mariano, su hermana y su madre sufrieron también el desplante del resto de una familia que, temerosa de la potencial persecución de los militares, prefirió mirar para otro lado y borrar a Samuel del árbol genealógico: la visible incomodidad de Mariano cuando habla de ese flagrante olvido muestra que aquella herida que se asegura saldada, en realidad, todavía está abierta. Dirigida a cuatro manos por el periodista Shlomo Slutzky y Daniel Burak, Disculpas por la demora es un intento de apaciguar aquellos dolores a fuerza de diálogo y entendimiento, convirtiéndose en una película sobre la escucha. Así y todo, el camino personal, esa búsqueda de expiación, no será nada fácil.

En las primeras escenas el periodista explica que los orígenes de la historia se remontan a cuando contactó por redes sociales a un colega con el mismo apellido que vivía en Holanda, sin saber del vínculo entre ambos. Ese colega era Mariano, y en las charlas posteriores surgió el recuerdo de su padre, un reputado médico que trabajaba como Coordinador de las Unidades Sanitarias de municipalidad de La Plata, de abierta militancia peronista, primo hermano del papá de Schlomo y preso político entre 1968 y 1973 a raíz de su participación en las FAP en Tucumán. Pero Schlomo nunca había escuchado nada. Como si fuera un presagio, el único registro visual de Samuel que encontró fue medio rostro en el borde de una foto de un casamiento de mediados de los años ‘50. Ni la madre del periodista y codirector lo recordaba. 

El film registra el regreso de Mariano a la Argentina para obtener Justicia en el sentido más amplio del término. El más visible es el legal, puesto que prestó testimonio en la causa por los delitos de lesa humanidad ocurridos en el centro clandestino de detención platense La Cacha, por donde pasaron al menos 239 personas (entre ellas Laura Carlotto, la hija de Estela), 98 de las cuales fueron desaparecidas, Samuel incluido. Por debajo circula otra justicia de índole personal para con una familia que jamás se preocupó por la suerte de esos chicos y su madre. “¿Quién, de todos nuestros parientes, se acercó a preguntar qué comíamos, si íbamos a la escuela, después de que nuestro padre desapareció?”, le pregunta al tío –el hermano de Samuel– en una cara a cara atravesado por la incomodidad y la culpa, por las palabras acongojadas y silencios que comunican mucho más que cualquier sonido.

Suerte de bitácora de viaje, Disculpas por la demora tiene una tercera pata centrada en la presencia de un represor muy cómodamente instalado junto a su esposa en Israel desde 2002, cuando con la amnistía todavía vigente pudo conseguir un certificado de buena conducta. Slutzky corre a Alejandro del centro de la escena para ponerse en la piel de investigador y juntar información que permita oficializar una denuncia ante las autoridades europeas, con miras a una posible expulsión. Más allá del loable mérito tanto personal como periodístico en ese hallazgo, no le hubiera venido mal a Disculpas... un poco menos de dispersión narrativa ciñéndose al viaje de Alejandro. Un viaje cuyo destino final quizá no sea la reconciliación, pero sí la tranquilidad de haber escuchado y dicho todo lo quería escuchar y decir.