Detrás de los anteojos blancos

Crítica de Fernando López - La Nación

Lina Wertmüller, una voz singular

Sólo dos directoras merecen un homenaje: Leni Riefensthl y Lina Wertmüller, según el siempre provocativo juicio del crítico norteamericano John Simon. A él, a quien se señala como responsable de la "canonización" de la realizadora italiana en los Estados Unidos en el año (1977) en que su film Pascualino Siete Belllezas fue candidato a cuatro premios Oscar (incluidos los correspondientes a mejor dirección y mejor guión), pertenece una de las voces del mundo artístico que dan su testimonio sobre la poliédrica personalidad de la autora italiana. Ella, nacida en Roma en 1928, inició su carrera en el cine como asistente de Fellini en 8 y medio, y poco tiempo después se reveló como directora en Los zánganos (I Basilischi), retrato sonriente y amargo de un sur al que volvería en numerosas oportunidades durante su carrera.

Irreverente, mordaz, contestatario, provocador, es el cine de Wertmüller, siempre fiel a esa vena irónica y grotesca e inequívocamente popular que mostró desde un principio y que aun con sus visibles altibajos supo imponer una marca personal en todas sus manifestaciones artísticas, que además de películas abarcan trabajos para teatro y televisión, canciones y cuanto vehículo expresivo haya despertado su interés y a veces encendido su creatividad.

Para proponer el retrato de una personalidad tan compleja y tan polifacética era, pues, necesario contar no sólo con la propia creadora, que aporta videos, recuerdos, reflexiones y opiniones, además de imágenes inéditas y canciones escritas por ella, sino también con la mirada de alguien íntimamente ligado a su obra y a ella misma como Valerio Ruiz, su colaborador de los últimos ocho años.

En Detrás de los anteojos blancos (otro sello distintivo de esta mujer singular), Ruiz la acompaña en esta suerte de viaje por los lugares donde transcurrió su vida y desarrolló su obra, extensa y múltiple, o los que simplemente ocupan un lugar significativo en su biografía, sin que falte en ella la figura de quien fue su gran amor, el notable escenógrafo Enrico Job.

A ese recorrido, claro, deben sumarse -material muy presente en el film- los testimonios de quienes son o han sido sus intérpretes o los seguidores de su obra. Algo así como un viaje por su vida y por su carrera, expuesto de un modo próximo al de un relato de ficción en el que intervienen Giancarlo Giannini, Martin Scorsese, Harvey Keitel, Mariangela Melato, el citado Simon, Rita Pavone y otros nombres bien conocidos, y cuyas presencias suponen un atractivo extra para los admiradores de Wertmüller y del cine italiano. Lo mismo que las imágenes de sus títulos más destacados: Mimí metalúrgico herido en el honor, Amor y anarquía e Insólito destino, además, claro, de Pascualino.

Probablemente no habrá sido deliberado, pero la acumulación de testimonios, no siempre demasiado sustanciosos o reveladores del universo artístico de la cineasta parece heredar un rasgo definitorio de su carácter y del estilo que impuso a su obra, tanto en sus momentos más logrados como en los menos recordables: el exceso. De lo que no queda duda es de su voluntad de que la suya haya querido ser siempre una voz diferente, atrevida y personal, y de la multiformidad de sus talentos.