Despedida de soltera

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Con amiguitas así...

“Despedida de soltera” es una comedia satírica sobre la juventud norteamericana en el corazón de Manhattan. ¿Ustedes piensan que es el mejor lugar del mundo y que vivir ahí es como protagonizar un cuento de hadas?

Nada de eso, Leslie Headland, guionista y directora de esta película, intenta desmitificar esa idea y mostrar las cosas como son. Es cierto que ya Woody Allen lo hizo y con mucho más talento, pero parece que la agitada vida en la Gran Manzana todavía da que hablar a la comunidad hollywoodense.

La historia refiere a cuatro amigas que ya andan alrededor de los treinta años. Se conocen desde la secundaria y entre ellas hay lazos muy fuertes que se mantienen a través del tiempo. Y resulta que ahora, Becky (Rebel Wilson) anuncia su casamiento y las quiere a las otras tres, Regan (Kirsten Kunst), Gena (Lizzy Chaplan) y Katie (Isla Fisher), como damas de honor para su boda.

Hasta ahí, todo parece normal. Pero resulta que justamente Becky, la gordita del grupo, la menos atractiva, la menos agraciada, justamente ella, es la que se va a casar primero que todas y además con un bombón. Las chicas se quieren mucho pero un mal trago es un mal trago. La noticia, que debiera alegrarlas, les deja un regusto amargo de frustración y envidia que hará de las suyas en los momentos previos al evento.

Como casi siempre ocurre en esos reencuentros entre viejas amigas, y sobre todo en circunstancias tan trascendentes, surgen emociones inoportunas y conductas inapropiadas, producto de algunos rollos mal resueltos.

Como despedida de soltera, justo en la noche previa a la boda, las chicas le preparan una fiesta a la novia, en su propia casa, que descoloca a toda la familia y termina estrepitosamente apenas comienza. Un fracaso absoluto. Pero eso no es nada. Mientras Becky se va a dormir, sus tres amigas empiezan a juguetear con el vestido de novia y con tanto alcohol y drogas como han consumido, terminan arruinándolo.

Esa noche será interminable... Regan, Gena y Katie se la pasarán correteando por todo Manhattan, pasadas de revoluciones a fuerza de cocaína y otros combustibles parecidos, buscando alguien que les resuelva el problemita del vestido.

Pero de paso tienen tiempo para mandarse alguna que otra aventurilla, encuentros eróticos inesperados, reencuentros con amores del pasado, confesiones arriesgadas, todo en un clima de excesos y por momentos, mucha vulgaridad. Lo que se complica aún más cuando, sin querer, terminan incursionando en el local nocturno donde los amigos del novio le hacen su despedida.

Esa noche, cada personaje parece enfrentarse a su propia imagen en el espejo y lo que encuentra no parece ser de su agrado. La boda de Becky los pone a todos ante sus propias expectativas y resulta que el balance da negativo, y el déficit más pesado es la frustración afectiva, algo que tienen en común ellas y ellos; y si bien todos cuentan con recursos para pasarla bien en la capital de la sociedad de consumo, el vacío que corroe sus vidas aflora a cada instante para provocar una que otra crisis.

A pesar de jugar en el límite de la chabacanería, la comedia de Headland no desbarranca, quizás eso sea mérito de las actrices, que se esfuerzan por darles a sus personajes una cuota de complejidad que los salva de la maqueta y el estereotipo irreductible. Entre ellas, Lizzy Chaplan es la que consigue mejores momentos en los que el drama se mezcla con la farsa en una combinación que despierta empatía.