Daddy Longlegs

Crítica de Diego Lerer - Clarín

¿Alguien vio a papá?

Comedia dramática sobre una familia muy particular.

Es curioso el efecto que genera una película como Daddy Longlegs (también conocida en festivales como Go Get Some Rosemary ), de los hermanos Ben y Josh Safdie. Uno ve al padre que la protagoniza y podría calificarlo, sin vueltas, como un desastre. Sin embargo, pese a su confusión, su locura y su descontrol, termina siendo un tipo querible. Y no sólo para sus hijos -que tal vez no se dan del todo cuenta de la extraña manera que tiene de ocuparse de ellos las dos semanas al año que le toca- sino hasta para el público.

Un ejemplo lo pinta a las claras: como una noche debe trabajar hasta muy tarde (es proyectorista de un cine) y no tiene con quién dejar a los chicos, no tiene mejor idea que zafar dándoles una pastilla para dormir. La cuestión es que les da una tan potente que a los chicos les toma días despertarse.

Y eso no es nada: sale con una chica y se los lleva a la rastra hasta su casa y allá se topan con que ella tiene pareja; los manda solos a través de un barrio muy denso a hacer compras (tienen 7 y 9 años) y así... Un niño/adulto, irresponsable pero encantador, que quiere ser amigo de sus hijos más que su padre, Lenny (basado en el verdadero padre de los directores) es un gran personaje que Ronald Bronstein (un realizador que debuta como actor) construye con una energía y un carisma que hacen que le perdonemos casi todo.

El filme de los Safdie tiene la energía y el nervio de Lenny. Una cámara en mano y en 16 mm., una Nueva York vibrante y nerviosa, y una notoria influencia del cine de John Cassavetes hacen que Daddy Longlegs se convierta en una película tan atractiva y ambigua como su personaje principal.