Cuatro muertos y ningún entierro

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La ficción y los accidentes

Comedia menor, previsible en sus cálculos humorísticos, a veces sugerente, y probablemente un pasatiempo aceptable, según el estándar de exigencia con el que se la mire, Cuatro muertes y ningún entierro pertenece al club de la comedia de habla inglesa, en este caso irlandesa, en donde el humor negro y la suspensión de la moral articulan situaciones complejas en clave irrisoria.

Mark tiene un hermano en estado vegetativo y duerme en su cuarto. Es actor, más bien un desocupado, que insiste legítimamente en su profesión. El plano de apertura, tal vez la mejor secuencia del filme, consiste en esa humillación sistemática conocida por los actores que jamás ven el lado luminoso de su carrera: el casting. La entrevista es civilizadamente salvaje. Mark vive con Pierce, un director de cine, guionista y "a veces camarero", al menos así se presenta en una reunión de alcohólicos anónimos, en donde no explicita su compulsión por el juego. Mark, además, tiene una novia y un perro.

En algún momento habrá un accidente. El perro será el primero, y de allí en adelante los cuatro muertos del título en español se irán acumulando en la casa de Mark, hogar poco dulce que parece literalmente una casa inteligente y asesina. En menos de una hora, Mark y Pierce serán potencialmente sospechosos y, por las circunstancias de los accidentes, la culpabilidad parecerá más factible que la inocencia. ¿Cómo eludir la evidencia?

El título en inglés es A Film with Me in It, algo así como "Una película en la que estoy". Por momentos, Ian Fitzgibbon y Mark Doherty (guionista y quien además interpreta a Mark) parecen sugerir que un modo de conjurar y ordenar los accidentes recae en una especie de instinto de ficción. Ése será el método de escape, aunque las conductas de los personajes, si se las interroga a fondo y más allá de cierta inverosimilitud, lo que no es necesariamente incompatible con la ficción, insinúan un narcisismo light que araña en algún caso la psicopatología. Pero estos señalamientos son improcedentes cuando se trata de una comedia que no aprovecha del todo sus premisas y se contenta con ser agradable y, en sus propios términos, correcta.