Creed: corazón de campeón

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Rocky Balboa (Sylvester Stallone) ya es indiscutible como ícono cultural. Son cuarenta años. Uno más que Star Wars y, salvando las instancias de marketing, el nombre está claramente arraigado en el saber popular (aunque en los ‘80 era difícil entrar en la pieza de los pibes de 14 ó 15 años y no ver el poster de alguna de las cuatro hechas hasta esa década).
Rocky se convirtió en ídolo de masas dentro y fuera de la pantalla. Era el representante de una clase baja algo marginal que llega a la cima a los golpes y con mucho trabajo. El triunfo del espíritu, el corazón en llamas, el hambre de gloria seguido de algunos excesos. Lo vimos ganar el título, perderlo, volverlo a recuperar… También lo vimos exponerse a la hostilidad de la guerra fría y subirse al ring para vengar a su amigo Apollo Creed (Carl Weathers).
Como espectadores fuimos siguiendo la carrera del boxeador hasta verlo perder todo su dinero por negligencia de su cuñado Paulie (Burt Young). Siempre con la fiel Adrian (Talia Shire) a su lado, bancándolo en las más difíciles.
A empezar de nuevo. De cero. Y como ya no podía pelear por las lesiones había que entrenar a algún pollo con hambre para reivindicar su vigencia. Ya en la era de los videojuegos e internet, el “semental italiano” tiene un restaurante. En ESPN lo comparan con el actual campeón y ahí se arma otra exhibición.
Rocky es al cine lo que Maradona al fútbol: siempre están volviendo. Sin dudas “El Diego” y Balboa serían muy buenos amigos. Y está de vuelta nomás. Se estrenó “Creed”. o “Rocky VII”, como prefiera el cinéfilo.
Desde chico Adonis Creed (Michael B. Jordan) anda de correccional en correccional. La calle es su universidad y ahí se aprende a las piñas o nada. En una de las tantas, lo va a visitar Mary Ann (Phylicia Rashad) para decirle que su padre fue el gran Apollo Creed y que su vida puede ser distinta. Pero la sangre tira, y si bien eventualmente el chico endereza el camino, lo cierto es que tiene alma de guerrer, de manera tal que sólo nos quedará ver cómo desanda la historia hasta llegar a nuestro Rocky para pedirle que lo entrene y lo saque campeón.
El guión de Ryan Coogler (también director) y Aaron Convington tiene dos grandes aciertos.
El primero, contar con la complicidad del espectador para unir toda la saga con pequeñas sutilezas que a los más viejos les va a encantar: “Entiendo que hubo una tercera pelea entre mi viejo y vos ¿Quién la ganó?”, pregunta Adonis en referencia al final de Rocky III, y así pasaremos por muchas otras que van a amalgamar la serie de manera tan concreta como nostálgica.
El segundo acierto, es correr a Rocky del centro de atención hasta que sea absolutamente necesaria su aparición, haciéndolo ir y venir en el relato hasta instalarse como partícipe necesario para llegar al clímax final. Además, esta lateralización del ícono, permite a Sylvester Stallone relajarse y disfrutar el tránsito de su personaje, al punto de merecer una nominación este año a mejor actor secundario, el mismo papel por el cual lo estuvo en 1977 como protagonista. Un antecedente que no se daba desde Paul Newman (por “El color del dinero” en 1987) quién repetía el mismo personaje compuesto en “El estafador” varias décadas antes.
Seamos honestos. Stallone hace un trabajo correcto al volcar su personaje hacia el costado dramático apoyándose en la voz de la experiencia frente al brío de la juventud, pero esta nominación se entiende más por el lado del mimo de la academia que por la calidad del trabajo, lo cual alimenta aún más la polémica por el segundo año consecutivo sin nominaciones para actrices o actores negros.
A fuerza de repetición de la fórmula “Creed” es un relato tradicional sobre el resurgimiento de las posibilidades (si uno sabe aprovecharlas) y la fuerza de las convicciones sobre la lealtad y la honestidad. Todo esto, por supuesto, en el código que maneja la saga desde sus comienzos. ¿Ya vimos este relato antes? Sí, claro. Por eso volvemos al cine a ver a Rocky.