Cornelia frente al espejo

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La vida de los espectros

Los fantasmas son recurrentes en el cine, un arte literalmente de fantasmas. Pero la tercera película de Daniel Rosenfeld nada tiene que ver, eventualmente, con los espectros de las películas de terror. Tampoco es un tratado del espíritu en clave esotérica.

En principio, Cornelia frente al espejo es la trasposición al cine de un cuento corto (de título homónimo) de Silvina Ocampo. El procedimiento es atípico y arriesgado. Cada palabra pronunciada por los intérpretes corresponde al texto de Silvina Ocampo, de tal modo que la escritura reencarna, adquiere sonoridad, vive. Hay cuerpos y una casa. Y también música: Jorge Arriagada, un músico vinculado al cine de un genio, el gran cineasta chileno Raúl Ruiz, aporta misterio.

Cornelia mira el espejo de su casa y ve a una mujer. ¿Es una pariente? Hablará con ella como si estuviera muerta. Luego tendrá una aparición breve una niña que quiere ver una muñeca de piedra, e imperceptiblemente desaparecerá para ser sustituida de inmediato por un ladrón obsesionado con las llaves de una caja fuerte. ¿Qué viene a robar? Poco importa. Finalmente, llegará un amante, pero Cornelia no lo recuerda y menos aun que él la ha besado. Le pedirá que la ayude a morir y él aceptará si ella le cuenta toda su vida, un segmento glorioso en el que viejas fotografías ilustran el pasado de la potencial suicida.

Extraña y hermosa película la de Rosenfeld, destinada quizás al limbo en el que viven sus personajes y a cierta incomprensión general. No es teatro filmado, tampoco una adaptación literaria ni una película acartonada. Su anacronismo es su fuerza; su estilo, una certeza. ¿Cuál es su secreto?

Después de un plano secuencia tan lírico como preciso en el que Cornelia se esfuma en el bosque, seguido de unos planos fijos de la casa en la que transcurre toda la película, se escucha: "Soy lo único que no conozco. Voy a beber algo mejor que la vida. Por suerte, ya sé todo lo que no soy yo". Lo que está frente a nuestros ojos no es otra cosa que la experiencia literaria, allí donde el yo confronta con la palabra su deleznable materialidad.