Corazones de hierro

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Loco x el Cine

Día de entrenamiento

Revisando la filmografía y biografía de David Ayer, uno puede comprender que estamos ante un realizador al que le interesan mundos muy específicos: ambientes violentos, personajes con poco sentido de la moral, grupos unidos, donde la camaradería se convierte en un eje central de la narración. Y la mejor manera de meter al espectador en estos universos es introduciendo a un personaje completamente opuesto a dichos ecosistemas.

En Corazones de hierro, tenemos a un grupo diezmado y moralmente destruido liderado por el Sargento Collier. Los cuatro miembros –cada uno representando un estereotipo: el latino, el religioso, el humorista y Collier, que está más allá del bien y el mal- intentan sobrevivir dentro de un tanque llamado Fury -título en inglés del fim- cumpliendo misiones junto a otros tanques durante la Segunda guerra mundial, en medio del territorio alemán.

La llegada de Norman -Logan Lerman- modifica, en cierta forma, el comportamiento del grupo. Norman llega para poner un equilibrio moral y concientizador. Pero la guerra modifica a las personas y finalmente será corrompido por sus compañeros.

Al igual que en Día de entrenamiento -guión más conocido de Ayer para Antoine Fuqua-, la película sucede en breve lapso de tiempo, donde Norman aprenderá el lado oscuro de la guerra. A diferencia de otras películas bélicas contemporáneas -sacando Rescatando al soldado Ryan- en Corazones… todo es sucio. Los personajes están cubiertos de barro y cicatrices la mayor parte del film. Los cadáveres se acumulan, explotan, son aplastados. Vuelan cabezas, brazos, piernas y ojos. Los soldados estadounidenses no hacen concesiones. Están lejos de la imagen del soldado heroico. Acá, a pesar de todo, los soldados lloran y matan. Son perfectos antihéroes.

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Ayer narra con solidez las desventuras de los diversos tanques hasta llegar un punto de inflexión, que intenta demostrar el humanismo de Collier. Un desayuno en la casa de dos primas alemanas. La misma resiente un poco el relato por su extensión. Le sobran varios minutos. Sin embargo, en el final, la película regresa a su hipótesis inicial, intensificando el discurso de hermandad entre los miembros del tanque, apelando a su ingenio para poder sobrevivir. Algo que sucedía también en U-571, primer guión de Ayer en Hollywood –similar historia, pero dentro de un submarino-.

El final del film intenta tener una cuota de esperanza, que, posiblemente es incoherente e inverosímil con respecto al resto del film, pero no saca que estemos ante un film bélico clásico, con reminiscencias a las obras de los ´50 y ´60 de Samuel Fuller -Cascos de acero- o Robert Aldrich -Ataque!-.

La química entre los actores funciona mejor que las actuaciones individuales –excepto Shia LaBeuf, que está bastante más sólido que en otras películas- ya que Lerman tiene poca expresividad y a Brad Pitt es imposible no relacionarlo con su interpretación en Bastardos sin gloria.

Corazones… tiene la marca narrativa de David Ayer y es un efectivo entretenimiento, que confirma que el género bélico aún sigue vigente.