Corazones de hierro

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Sin entrar en la gigantesca cantidad de ejemplos sobre la Segunda Guerra Mundial realizados hasta la fecha, podríamos decir que éste estreno va por el lado de (salvando las abismales distancias, por favor) “Donde las águilas se atreven! (1968), “Un puente demasiado lejos” (1977) o incluso “Los doce del patíbulo” (1967). ¿Qué pueden tener en común, además del momento histórico? Misiones u operativos difíciles, dantescos, épicos y la instalación del cuadro de situación que llevará inevitablemente al curso que tomará la acción. Es decir, estamos frente a otra película sobre un grupo de hombres a los que se les asigna ese tipo de tareas, habitualmente ordenadas por altos mandos con poco sentido común y asumidas por grandes “héroes” (con menos sentido común), pero a la vez sin nada que perder y mucha gloria por delante.

Los epígrafes del principio nos indican que los tanques alemanes eran mucho mejores que los americanos. Esta aclaración sirve para instalar al que debería ser el “protagonista” (de hecho su nombre es el título original) “Fury”. Como adivinará el espectador, es un tanque de guerra. Estamos en 1945, abril. Unos meses antes del fin de Hitler, quien por estos días lanzaba su ofensiva final justo por la zona de maniobras en las que se desenvuelve el sargento Don Collier (Brad Pitt) y su grupo de fieles soldados: “Biblia” (Shia LaBeouf), “Gordo” (Michael Peña), Grady (Jon Bernthal) y Lerman (Norman Ellison), un novato que se les une al comienzo en reemplazo de un compañero cuya cara ya no está en su cabeza y debe ser limpiada por el recién llegado como parte del “derecho de piso”. Las columnas deben avanzar y ante la falta de recursos y hombres hay que hacerlo con lo que queda, aún a riesgo de que el pánico de Lerman se causa de algunas bajas.

“Corazones de hierro”, de David Ayer, comente un exceso de seriedad frente al planteo lo cual no implica que sea aburrida, pero sí innecesariamente melodramática. Hay diálogos que parecen intencionalmente moralistas respecto de la guerra, sus consecuencias, e incluso un juego de dualidad entre conceptos religiosos contrapuestos al discurso del texto cinematográfico. Hay otras contradicciones de algunos personajes que hacen “ruido”. Collier puede ser frío e implacable (la escena en la que obliga al principiante a disparar contra un alemán), o extrañamente misericordioso (toda la escena en una casa con dos mujeres alemanas).

Algunos detalles técnicos llaman poderosamente la atención. El espectacular diseño y mezcla de sonido (cada cañonazo se siente como una patada en el pecho) se deslucen un poco al ver que el trayecto de las balas están pintados de verde o rojo fluo, como si en lugar de municiones se tiraran con los sables laser de Star Wars.

Cabe mencionar una pobre decisión en cuanto al título, pues el mismo hace alusión a la máquina en cuestión. En este aspecto, la extraordinaria “La fiera de la guerra” (1992) o “Lebanon” (2010) siguen siendo grandes ejemplos de coherencia de ideas.

El espectador que no preste atención a estas menudencias tendrá ante sí una de acción bien ambientada, entretenida, decentemente actuada (sin entrar en detalles), y con algunos tintes épicos que le dan emotividad, en especial a la última secuencia.