Copia certificada

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

Variaciones sobre el amor

El fin de semana que pasó ha sido, sin dudas, el mejor del año en lo que hace a oferta cinematográfica: dos verdaderas obras maestras se pudieron ver en nuestra ciudad, aunque una de ellas ya estará fuera de cartelera cuando usted lea este comentario, así que la dejaremos para otra ocasión (por ejemplo, para su estreno en DVD, si llega a ocurrir, pues se trata de una película imprescindible para esta parte del mundo: La vida útil, del uruguayo Federico Veiroj, proyectada en el Cineclub Municipal Hugo del Carril). La sobreviviente, cuya existencia en las carteleras tal vez no pase del miércoles (únicamente se proyecta en el Showcase), es Copia Certificada, gran regreso del iraní Abbas Kiarostami, aquel recordado maestro de Primer Plano, A través de los olivos o El sabor de la cereza, que ha vuelto en su mejor forma tras 10 años de ausencia en los grandes cines. Reflexiva y secretamente popular, Copia Certificada es cine en estado puro: un filme capaz de dialogar con el mundo mientras lo piensa, y se piensa a sí mismo. Es, por ello, una película con el sello de Kiarostami, quien por primera vez filmó en Europa (y para una gran compañía francesa, MK2) pero sin perder por ello su identidad ni sus principios, a saber: concebir al cine como un modo de (auto) conocimiento, una forma privilegiada de pensar, experimentar y relacionarnos con nuestro entorno y con nuestros pares. Ensayo sobre el amor, la pareja y el paso del tiempo, exploración filosófica del concepto de originalidad en todos los órdenes, Copia Certificada es además una película plena de libertad, que vuelve a invitar al espectador a un juego gozosamente cinematográfico: la posibilidad (mágica) de reinventarse en cada plano, de apostar a la multiplicidad de sentidos y concebir a la ficción como un modo predilecto de acceso a la realidad.

La llamada “puesta en abismo” (el cine dentro del cine o la construcción de una narración sobre otra narración) es uno de los ejes narrativos del filme: un reconocido escritor y crítico de arte, llamado James Miller (el cantante lírico William Shimell, en un excepcional debut), abrirá la película con una disertación que problematiza el concepto de “obra original” en el arte, y plantea que toda creación es, a fin de cuentas, una copia de otros modelos y otras fuentes (lo que implica que la copia puede tener el mismo valor que el original). A mitad de la conferencia, sin embargo, el filme se irá detrás de una espectadora (Juliette Binoche, siempre luminosa, ganadora del premio a mejor actriz en el Festival de Cannes por este papel), que resultará ser una vendedora de arte francesa, madre soltera de un hijo un tanto problemático. Pronto, el camino de ambos se cruzará y aquí iniciará la verdadera película, una excepcional conversación filmada casi en tiempo real entre Miller y Binoche, que comenzará con un recorrido en auto por la Toscana italiana y derivará en diferentes paseos por las callejuelas y lugares típicos de un pueblo de la región. Las especulaciones sobre la autenticidad de toda creación se irán desplazando lentamente hacia otros ejes temáticos que comenzarán a dominar al filme, relacionados al amor, la pareja, la maternidad, el paso del tiempo y el compromiso conyugal. Y es que la película misma se permitirá transgredir las convenciones sobre los límites entre realidad y ficción (un tema que atraviesa toda la filmografía de Kiarostami) al punto de que los protagonistas comenzarán a interpretar su propia ficción y jugarán a ser (¿o acaso ya lo eran en realidad?) un matrimonio en su quinceavo aniversario, que ha entrado en crisis por la rutina, la incomunicación y el cansancio.

Lúdica y fantástica, Copia Certi-ficada termina constituyendo así un gran ensayo sobre el amor, que repasa con elegancia y sutileza las diferentes etapas de una pareja desde que se conoce y se enamora, hasta que se casa, enfrenta la rutina, entra en crisis y posiblemente se separa (el final deja un gran, excepcional, fuera de campo para que el espectador adopte su propia interpretación). El mismo filme apuesta a multiplicar las especulaciones a partir de un juego de espejos con otros personajes que se cruzan por el camino de los protagonistas (una boda popular que se desarrolla en las calles, una pareja de ancianos, otra de turistas), constituyendo una narración siempre abierta, siempre en estado de revisión y cambio. La emoción, empero, no le es para nada ajena (y en este sentido se acerca a otro filme excepcional: Antes del Atardecer, de Richard Linklater, donde la unidad narrativa también era el diálogo), y difícilmente el espectador pueda sentir indiferencia ante estos amantes en continua exposición de su propia intimidad.