Cirque du Soleil: Mundos lejanos

Crítica de Diego Curubeto - Ámbito Financiero

El fascinante Cirque du Soleil, en el cine, tiene sus ventajas

Para quien ya presenció esa maravilla de circo canadiense, acá o en cualquier otra parte. Para quien nunca lo vio, o apenas sabe de qué se trata. Para los niños, aclarándoles que no hay animales ni payasos bromistas, y que si no entienden algo no molesten. Ya se los explicará el padre a la salida, si es que él pudo entenderlo.

En realidad, la trama es simple, apenas una leve excusa argumental para ir hilvanando sucesivos números y culminar de modo romántico. Una jovencita llega de noche a un típico circo del Medio Oeste, con su feria de viejas atracciones, y se ve impelida a presenciar el espectáculo de un lindo trapecista. «Volatinero», dicen los subtítulos, y ya veremos que no está mal dicho. Justo cuando ella empieza a fascinarse, el pibe cae al medio de la arena. Pero no muere. Ni siquiera se quiebra. Se hunde, se lo traga la arena. Y se traga también a la chica que corre en su ayuda. Hasta ahí se entiende fácil. El resto ya ocurre en otros mundos, como anuncia el título, y de esos mundos, de agua, de aire, de fuego, es difícil explicar algo.

Atracciones

Hay que dejarse llevar, como hace ella, orientada por seres extraños. Cada tanto alcanzará a ver al objeto de sus desvelos, capturado por quién sabe qué tribus orientales, de esas que solo existían en los circos. Hay diferentes carpas, y en cada una puede haber atracciones admirables, viajes al fondo del mar, grupos en lucha sobre un plano inclinado, casi vertical, en medio de la nada, y hasta un triciclo que anda solito por la vida. O superhéroes saltando sobre muchas camas elásticas mientras suenan rocanroles de los 50. O una fauna propia de las ilustraciones del Swinging London de los 60, con sus resabios del Little Nemo y de las canciones de los Beatles. Acróbatas, contorsionistas, dejan con la boca abierta y el Jesús en la boca. Hasta que llega el final feliz, sin un beso en la boca pero con un hermoso número de pareja y fuegos artificiales. Todo en 3D.

Alguna parte puede cansar un poco, pero se compensa. Lo que vemos, es una reelaboración estilizada del show que el Cirque presentó en Las Vegas en la temporada 2011, y lo vemos con todas las ventajas que nos da el cine: ralentados, acercamientos, entrada más barata que el circo, etcétera. A señalar, como héroe principal casi anónimo, el director de fotografía Brett Turnbull, autor de musicales, publicidades, documentales, mucho en 3D, como «Corriendo con los toros en Pamplona», en fin, da gusto meterse en su página web. También, el director de arte Guy Barnes, los músicos Benoti Jutras y Stephen Burton, el productor ejecutivo James Cameron, nada menos, el director Andrew Adamson, neocelandés que supo estar a cargo de los fx visuales de algunas de «Batman», y entre otras cosas dirigió las dos primeras «Schrek» y las dos primeras «Crónicas de Narnia». Y, por supuesto, Erica Linz e Igor Zaripov, la parejita de volatineros.